viernes, 7 de diciembre de 2007

Viaje al mundo de los mochicas

Por Gustavo Ng


Por las monumentales ruinas de barro en las afueras de Trujillo anda un perro negro, tan pelado como un animal marino. Sin embargo, vive en el desierto. Sube por rampas milenarias, se echa a la sombra de un muro polvoriento y en un pozo cavado por arqueólogos sueña enrollado con una pirámide multicolor y una muchedumbre que adora al dios mitad humano, mitad tigre. Era su amo también, antes de que llegaran los perros peludos. Le fue fiel cuando toda la gente desapareció, más tarde cuando los conquistadores despreciaron su mundo y ahora que los investigadores lo resucitan.

Durante décadas, el encandilamiento que ejerció Machu Picchu dejó en las sombras otros vestigios de civilizaciones que habitaron Sudamérica, pero en los últimos veinte años se han sucedido descubrimientos que están fundando a Perú como un nuevo Egipto.

El Señor de Sipán

Cerca de la ciudad costera de Chiclayo (770 kilómetros de Lima), en el pequeño pueblo de Sipán, se encontraron asombrosamente conservadas las tumbas de un rey y su corte que vivieron hace 1700 años. El Señor de Sipán fue un monarca de los mochica, sociedad extinguida hacia el año 600 d.C. Era el único gobernante y guerrero del antiguo Perú encontrado hasta entonces. Los científicos rescataron sus vestigios de los saqueadores de tumbas en 1987 y la riqueza del hallazgo ameritó la instalación en 2002 del Museo Tumbas Reales de Sipán, que puede ser visitado, tanto como el lugar del hallazgo, donde los arqueólogos siguen trabajando. La visita puede hacerse en el marco de un recorrido por diferentes sitios arqueológicos desde Chiclayo o desde Trujillo.

El Museo Tumbas Reales de Sipán exhibe cerámicas de belleza precisa, las mejores piezas del arte mochica. El visitante es asaltado por la vida intensa de los seres que emergen de las piezas: una parturienta, un zorro, un hombre que pesca una mantarraya, un hombre iguana, un muerto que hace música, un pez demoníaco, un prisionero desnudo. Los días y los trabajos de la gente mochica están retratados en las cerámicas que le ofrendaron al Señor de Sipán, no para que se hicieran polvo, sino para que le sirvieran en la vida que le esperaba después de la muerte. También habrían de servirle sus acompañantes: esposa y concubinas, jefe militar, vigilante, porta estandarte, un niño, dos llamas. Y el perro fiel que anda todavía por las pirámides.

El Señor de Sipán se presentó en otro mundo con su majestuosa opulencia de metal. En las vitrinas del museo relumbran collares de doradas cabecitas sonrientes, orejeras, cascos, cetros y brazaletes de oro, plata (el oro, hecho de sol, la plata hecha de luna), cobre dorado y piedras semipreciosas. Sólo en el sepulcro del Señor había más de 400 joyas. Una nariguera está hecha de láminas finas de oro que cuelgan delicadamente: la luz del sol creaba figuras centelleantes cuando el Señor hablaba.

El circuito arqueológico de la costa norte de Perú incluye además las 26 pirámides de Túcupe, el Complejo El Brujo, la Huaca de la Luna y Chan Chan, la ciudad de barro. Se trata de un itinerario vivo, porque todo el tiempo se están haciendo descubrimientos, muchos de ellos tan extraordinarios que ponen patas arriba las teorías vigentes sobre las civilizaciones que precedieron a los incas. Este es el Perú anterior al Imperio Inca y el Perú más allá de Machu Picchu.


El Brujo muestra una pirámide y una reina tatuada

El descubrimiento del Señor de Sipán generó una fiebre del oro arqueológico. Poco después se encontraron los primeros frisos pintados en la misteriosa plataforma geológica en forma de triángulo que conforma el complejo El Brujo. Los frisos están en la parte superior de una pirámide que continuamente arroja maravillas a la luz del presente. La pirámide, como cientas aún no descubiertas, estaba tapada por el polvo. Para el inexperto era un montículo cualquiera, uno de los tres del lugar, agujereado como un queso por los huaqueros (profanadores de tumbas) y llamado El Brujo por los nativos porque era punto de reunión de los shamanes de la región.

En el valle de Chicama, como ningún otro sitio, el Brujo concentra huellas de un largo pasado: las más antiguas son de 5000 años y están las ruinas de una iglesia dominica de tiempos coloniales. Cuando vivían los mochica los cultivos reverdecían; hoy es una pampa junto al mar sin una brizna de pasto y sin una línea de sombra. Estamos a una hora de la ciudad de Trujillo, a 550 kilómetros al norte de la capital del Perú, en un sitio que ha sido abierto al público recién en mayo de este año.

El visitante tendrá frente a sí la fachada develada de una pirámide mochica, los prisioneros en fila que salen de una pared y un mural en el que signos y figuras enigmáticas danzan una coreografía desconocida. Verá lo que ojos ancestrales vieron, y examinará la labor, precisa hasta la obsesión, de los arqueólogos.

Los investigadores han hecho recientemente un hallazgo descomunal: en la pirámide dieron con un mausoleo, y de la tumba principal sacaron al rey, que resultó ser una mujer. Una pequeña reina en un estado de conservación tan bueno que resulta inexplicable. Tenía unos 25 años y las manos y antebrazos tatuados con serpientes y arañas, caballitos de mar y estrellas. La enterraron con báculos, coronas y ofrendas, envuelta en un fardo de 120 kilos. Gobernó en el siglo III de nuestra era, bajo la ascendencia del dios único Ai Apaiec, hombre felino al que le ofrendaban la sangre de los prisioneros y las peregrinaciones sin fin hasta la pirámide que hoy visita la gente del siglo XXI.


Huaca de la Luna

El primer impulso será levantar la cámara de fotos para capturar la imagen, pero inmediatamente se la bajará para entregar sin intermediaciones el alma al fascinante espectáculo de la fachada de una pirámide multicolor de casi 30 metros de alto, poblada de decenas de seres de otro tiempo, tallados y pintados por gente de otro tiempo. Los guerreros marchan en el escalón de la base, oficiantes de una ceremonia desconocida danzan tomados de la mano en el segundo escalón, luego se alinean arañas con brazos humanos (de una cuelga una cabeza, otra sostiene un cuchillo sacrificial), pescadores, hombres felinos, una titánica serpiente que separa el mundo terreno del divino y arriba de todo el dios Ai Apaiec.

Alrededor se distinguirán las trazas de la ciudad mochica desde la cima de la pirámide: depósitos, tumbas, corredores, patios. Allí arriba se caminará por el recinto donde se ejecutaban los sacrificios que culminaban en la plaza frente a la fachada —detrás de esta fachada hay otras cinco; las pirámides se iban construyendo sobre anteriores, recubriéndolas y conservando la forma.


Chan Chan

La Huaca de la Luna está en las afueras de Trujillo, lo mismo que Chan Chan, el sitio de mayor tradición en el circuito, desde 1986 Patrimonio de la Humanidad. Chan Chan es una intrincada ciudad de barro construida por los chimú, descendientes de los mochica que fueron dispersados por los inca.

La ciudad albergó unas 100.000 personas entre los siglos XII y XV. Tiene nueve complejos construidos sucesivamente, cada uno de ellos amurallado. Hoy se visita uno de ellos. Las ruinas siempre estuvieron a la vista, pero sólo comenzaron a ser restauradas en 1964. Hoy se ha recuperado el 95% del complejo y es el atractivo arqueológico más preparado para el turismo en la costa norte.

Los muros forman un perímetro de un kilómetro y medio. En su interior hay plazas enormes, patios pequeños, pasillos como un laberinto y recintos, cámaras, depósitos. En el lugar no llueve; para abastecerse de agua los chimú hicieron 140 pozos.

Tras andar por un pasadizo enmarcado por paredes de más de dos metros de alto, el espacio se abre sobre una gigantesca piscina rectangular con prolijos brocales de piedra. Oasis irreal en medio de la aridez infame de Chan Chan, crecen en el agua eneas, totoras y juncos, y por los platos de los lirios acuáticos caminan pollas de agua, entre patos, flores frescas e insectos voladores.

Chan derivó de xllang, sol, que en el lugar manda cruelmente. Sol, desierto y mar. Chan Chan, capital de un solo reino, es la ciudad que construyeron unas personas apasionadas con el mar. Corren aún los peces por los muros, junto a disciplinados cormoranes. En todas partes están los rombos, como decoración o como estructura de paredes: son las redes de los pescadores. Los chimú dueños de los espíritus que hoy se esconden tras la resolana y se dejan bañar por la luz de la luna, iban felices por el mar con los caballitos de totora que aún usan sus nietos. Quién sabe hasta donde llegaron.

Sentadito en la orilla recalcitrante, observando atento el infinito horizonte de agua, esperaría a su dueño navegante el fiel perro tan pelado como un animal marino.


OLAS Y SABORES

A quince minutos de Trujillo está el balneario de Huanchaco, donde los pescadores siguen haciéndose a la mar en caballitos de totora, los surfers de todo el país aprovechan olas magníficas y la gente de paladar experto se lleva sabores que no hallará en otro lugar.

El mismo catador de exquisiteces encontrará ocasión de felicidad en Pimentel, balneario de Chiclayo. Probar una “orgía de mariscos” en la cebichería Los Percebes regalará un recuerdo fijo: pionono de papa con pulpa de cangrejo, langostinos en salsa golf, pulpo al olivo, conchas de abanico a la parmesana, conchas negras asadas con limón, choclo y especias locales, tortilla de raya. El ceviche de mero es único en el Perú, lo mismo que el filete de mero relleno de una pasta de mariscos con langostinos y rabas.


Suplemento Viajes y Turismo, Diario Clarín, 21 de enero de 2007

Turín, con ese altivo esplendor del Norte



La brillante bandera de Italia contrasta con los tonos sobrios de Turín, del negro perfecto al ámbar pálido que emite una tulipa de piedra medieval. Esta es la capital del Piamonte, entre Suiza, Francia y el Mar de Liguria. Al sur está Italia, claro, pero en lugar de volare ho ho!, cantare ho ho hoho! se oirá el susurro íntimo de Carla Bruni pronunciando et l'océan de l'oubli, a jamais, nous réunit.

Se descubrirá desde el tranvía, frente a la Piazza Castello, un café distinguido que al porteño le resultará familiar. Se baja, se caminan unos metros por el casco histórico, la Torino sabauda, y se instala uno dentro de una recova, en el Café Mulassano, centenario, de madera, bronce, cristal, luces y la voz de Carla Bruni, chica del lugar. A unos metros está la Galleria Subalpina, elegante como ninguna, habitada por un cine de lujo, librerías de lujo y bares de lujo, hasta salir a otra plaza, la Carlo Alberto.

Resultó que el Café Mulassano estaba muy cerca del hotel, de modo que uno se ha hecho habitué. Cada tarde, entre martinis y el aire de la primavera alpina, se ha contemplado el entorno monumental de la Piazza Castello.

Al fondo está el Palazzo Reale, como un muro de tiza, labrado exquisitamente para que el tiempo se detenga. Por doscientos años fue la casa de los Saboya, una de las dinastías emblemática de la nobleza europea. También alojó a los reyes de Cerdeña y al primer rey de Italia. Los artistas lo cincelaron barroco, rococó y neoclásico. Detrás se extienden melancólicos giardini reali y adelante una plazoleta está custodiada por Dióscuros también congelados en el tiempo.

Se ve la cúpula suculentísima de la Chiesa di San Lorenzo, cuyo interior es una obra maestra del barroco religioso en Europa, en la que sobreabundan las joyas de la inagotable riqueza católica de los Saboya. Una tras otra se suceden capillas, cada una de las cuales requiere varios días de contemplación.

Enfrente se continúa el Palazzo Reale en un edificio que replica paredes rojas y ventanas blancas, como en un sueño, hasta el infinito. Fueron las plazas y los edificios de Turín los que dictaron a Giorgio De Chirico la quietud metafísica y la melancolía impasible que capturó en sus pinturas.

En el centro de la Piazza Castello se yergue como un peñón arquitectónico el Palazzo Madama. Su fachada de pulimento austero oculta un cuerpo medieval, con torres cilíndricas de ladrillos de rojo maduro por las que trepan las enredaderas verdes.

En los pliegues de su interior de mármol habita la historia de Turín. Los siglos estáticos desde que la creara Augusto hace 2000 años hasta que los Saboya la convirtieron en el enclave de su dominio, tramándole un laberinto abigarrado de palacios, plazas, iglesias y castillos. Napoleón hizo demoler antiguas fortificaciones y los vientos de la expansión moderna cambiaron la faz de Turín: fue fundamento de la revolución industrial en Italia. Su dimensión la hizo capital de la nueva Italia Unificada en 1861 y las posguerras del siglo XX la impulsaron aún más como potencia de la industria.

Usted andará por camas de reyes, que en Turín son camas de piedra. La frialdad es de una belleza exquisita en esta ciudad, donde las luces preservan las oscuridades mejor de lo que iluminan y donde son hermosas las camas de piedra y los baños como mausoleos (para los pies descalzos, el mármol gélido).

Los turineses siempre fueron gente altiva, circunspecta y aplicada. Su laboriosidad fue motor de la industrialización de Italia, proceso que atrajo hacia Turín migrantes de todo el país. Aunque alberga una ensaladera de orígenes, sigue siendo distinguida y alejada del ardor sureño. La prosperidad avivó la tradición cultural e intelectual. Aquí escribieron Italo Calvino, Cesare Pavese y Umberto Eco. Donde Jean François Champollion desentrañaba jeroglíficos se construyó un museo, el segundo Museo Egipcio del mundo. Salimos del café, caminamos por la via Accademia delle Scienze y entramos a ese museo. La colección de piezas es inextinguible. Muchas provienen de las excavaciones que llevaron a cabo los investigadores de este museo entre 1900 y 1935. Hay cerca de 30.000 objetos. Recorriendo las salas se entiende una clave que escribió Champollion: “El camino a Memfis y Tebas pasa por Turín”.

La maciza severidad con que los turineses se opusieron al fascismo es la misma que había generado el imperio Fiat. La Fabbrica Italiana Automobili Torino fue fundada en 1899 por Giovanni Agnelli y otros inversores que impusieron sus vehículos rápidamente hasta concretar el proyecto de Lingotto, el mayor complejo automovilístico de su época en Europa. Está cerrado el Museo Nazionale dell’Automobile, pero puede visitarse la Fiat en el marco del “Made in Torino. Tour the Excellent”. El itinerario incluye empresas aeroespaciales (Alcatel Alenia Space, Alenia Aeronautica y Galileo Avionica), otras automotoras (Iveco y New Holland) y compañías de diseño (Pininfarina, Bertone y Gufram).

La noche más relajada está en el Murazzi del Po. Desde el río se nos verá junto a los distinguidos turineses, charlando en uno de los bares de la costa, contra las viejas arcadas. Sobre las arcadas corren los autos entre árboles tumultosos y allí arriba, iluminada bellamente, la enorme aguja de la Molle Antolleniana.

En una bella giornata estival daremos un paseo en bicicleta acompañando el Po. Saldemos de un parque junto al Borgo Medioevale, pasaremos por debajo del Ponte Isabella y bordearemos el río, que ha lamido castillos desde siempre y sintió pasar el poder de los soldados de Roma durante siglos y hoy sigue agitándose vivo bajo el sol. Pasaremos la zona de los hospitales, el Museo del Automóvil, el palacio Vela y el palacio del Trabajo. Cruzaremos el Sangone para meternos en el parque nacional de las Vallere. Iremos por la carretera del Castillo de Mirafiori y llegaremos al bosque de Nichelino. En dos horas sobrecargadas de aire, río y Medioevo, habremos llegado al palacete de Caza de Stupinigi.

En una cena en un restaurante pequeño y de gusto irreprochable, en tonos pastel y dorado, con manteles y servilletas de hilo, grandes jarras de cristal con agua y bienestar en el ambiente, probaremos la comida de Turín. Picaremos pistachos y panes, algunos rellenos de frutos secos, y luego nos traerán una insalata de gamberetti y rucola, un ragout de ternera con salsa de zanahorias, un carpaccio de buey con parmeggiano, agnolotti rellenos de carne, nuez moscada y laminitas de la famosísima trufa blanca del Piamonte y rissotto negro con tinta de sepia. El dolce es mousse de chocolate con nata y frutos secos.

Los gustos de Turín no son tiernos ni dulces. Turín no atrae por empalagosa, sino por su estilo definido hasta lo incorregible. El visitante se lleva la impresión de una ciudad que pasó del rigor soberbio del imperio a la precisión severa de un industrialismo que también se hizo imperial; un sentimiento de realeza que ha respirado en cada turinés, como si todos descendieran directamente de Vitorio Emanuel I, rey de Savoia.



UNA VISITA AL SÉPTIMO ARTE

La pujanza industrial de Turín se concretó tanto en las automotoras como en el cine. La vocación por la cultura de Turín absorbió de su vecina Lyon las máquinas de los hermanos Lumière. Aquí nació Cabiria, la primera superproducción de la historia del cine, rodada en 1913 con tropas de elefantes en los Alpes y escenas de batallas con 20.000 extras. La industria cinematográfica fue intensa, fundamentó la RAI y tiene su exhaustivo Museo Nazionale del Cinema alojado desde el 2000 en cinco pisos dentro de la Mole Antonelliana. La planta baja está ocupada por salas de proyección; en el primer piso se despliega la Arqueología del Cine, en el segundo está el Salón Templo del Cine, con diez capillas dedicadas al culto del séptimo arte; el tercer piso muestra las diferentes etapas de la producción cinematográfica y el último nivel contiene la más completa colección de afiches de películas del mundo.
La Mole Antonelliana es emblema de Turín. Fue iniciada en 1863 como sinagoga; se eleva impecable, nutrida de la soberbia de la Europa blanca, en 168 metros de elegancia, severidad, nobleza e intransigencia.
Es consenso entre los turistas que el Museo del Cine y la Sábana Santa son las visitas más fascinantes que pueden hacerse en Turín.



Suplemento Viajes y Turismo, Diario Clarín, 4 de noviembre de 2007

martes, 20 de marzo de 2007

ESPAÑA

Desde Vigo, alma y sabor de Galicia

Gustavo Ng

El viejo parecía ignorar el rugido del Atlántico. Erguido solemnemente en una playa de la costa argentina, con las manos tomadas atrás, parecía no prestar atención al mar, concentrado como estaba en escudriñar con la mirada más allá del horizonte de agua. Como si en cualquier momento fuera a aparecer algo. Ya se tomará un avión, el viejo, y desandará el camino que lo trajo a Buenos Aires hace más de medio siglo. Se tomará un avión con su nieta adolescente y verá lo que cada verano su sentimiento busca donde acaba el océano: Vigo.
Entonces, podrá ver desde el aire un perfecto crucero blanco y gigante entrando apaciblemente desde el mar a la ría de Vigo. Miles de turistas llegan en cruceros a este puerto, entrada esplendorosa a Galicia y a España.
En la boca de la ría amparan al puerto las islas Cíes, tres cerros sumergidos hasta la mitad. Galicia es la región montañosa de España sobre la que el mar se ha montado. Ha trepado por sus valles perpendiculares a la costa formando varias rías, en las que mariscos y peces han abundado como en un paraíso. La ruda tierra gallega recibe las aguas oceánicas con deleite de esposa enamorada, y el fruto de la unión es un lugar de una hermosura robusta, capaz de obsesionar a sus hijos toda la vida.

En el barrio histórico


El viajero empezará una visita al casco antiguo por el Barrio del Berbés, zona tradicional de pescadores. Desde allí se ven plazuelas y pórticos hasta los que antaño llegaba el mar. Por la Rúa da Ribeira se va a la Plaza de Piedra, donde un mercado ofrece de todo, herencia de un tiempo en el que se vendían productos exóticos de ultramar.
A través de la Plaza de la Constitución, donde estaba emplazado el antiguo ayuntamiento, se llega a la Rúa dos Cestos, con sus artesanías en mimbre, muestras de una tradición centenaria, y la Colegiata de Santa María, en pleno corazón del casco viejo. El edificio, obra cumbre del neoclásico en Galicia, fue construido a principios del siglo XIX sobre las ruinas de la antigua Concatedral, destruida por el pirata Drake. En el atrio de la Colegiata está el símbolo de la ciudad: un olivo.
Los vestigios más antiguos de Vigo pertenecen a la época romana —entre los siglos III y VI d.C. La ciudad sufrió ataques de los normandos en la alta Edad Media, luego fue arrasada por Almanzor, en el siglo XVI padeció la peste y las invasiones turcas la asolaron en el XVII. Por eso, Enrique IV fortificó Vigo con unas murallas que permanecieron hasta 1860. La ciudad había quedado constreñida a un pequeño lugar de calles y construcciones irregulares.
La Colegiata de Santa María atesora al Cristo de la Victoria, patrono de la ciudad, quien fue llevado por el mar de Dios hasta una playa gallega para ayudar a los vigueses a resistir hasta la expulsión de las tropas de Napoleón en 1809.
Cerca de la Colegiata está la Estación Marítima de Ría, con su antiguo muelle de A Laxe. De la Estación Marítima salen excursiones para recorrer la ría y rodear a las Islas Cíes: Monteagudo, Faro y San Martiño. Son la zona natural más bella de Vigo. Las costas que dan al interior de la ría son suaves, hechas de grandes superficies de arena y bosques, mientras que la parte occidental, batida por el ímpetu de las aguas del Atlántico, es una sucesión de acantilados y cuevas, residencia eterna de multitudes de aves. Antes de subirse al barco hacia las islas Cíes, los turistas visitan la antigua Pescadería, donde aún se ofrecen frutos de mar.
También disfrutarán los mariscos los navegantes del mundo que el 12 de noviembre zarparán de Vigo para dar la vuelta al planeta acuático para ganar la Volvo Ocean Race. Será la primera vez que esta competencia se inicia en un puerto no británico.
Bastión turístico de la zona es la Puerta del Sol, con su sireno, mitad hombre y mitad pez. Es el punto desde el que se expandió la configuración urbana hacia las laderas del monte Castro.
Los bares —tascas— del casco antiguo son punto de partida de otro tipo de tour. "Marcha" le llaman los vigueses, que empiezan por la ruta de vinos de los alrededores del Mercado de la Piedra y siguen para la calle Churruca o para el Barrio del Arenal, en los alrededores del Club Náutico, y luego terminan en alguna de las discos del entorno de la playa de Samil, al otro lado de la ciudad.

Los miradores

El Monte del Castro fue asiento de la primera población prehistórica de Vigo. Desde pleno centro de la ciudad, domina la bahía de Vigo y buena parte del valle del Fragoso. El monte es pulmón verde de una ciudad que ha crecido vertiginosamente en el último siglo. Asentada al borde de la ría, Vigo asciende por las laderas del monte Castro y hoy, con su expansión urbana, rodea y sobrepasa ampliamente aquel emplazamiento inicial.
En 1900 la población era de 18.500 habitantes y para 2004 la cifra había trepado a 292.059, al consolidarse como el primer puerto pesquero de España.
Desde el monte Castro se contempla un panorama en el que las formas urbanas se diluyen en el horizonte marino; un paisaje que combina sierras, playas, islas y valles, envueltos en el azul luminoso de Galicia contra el mar.
En una de las laderas del monte Castro se han hallado restos arqueológicos de la época en que la gente vivía en pueblos fortificados en las montañas. La gente, entonces, era gente celta. En la cima está el castillo de San Sebastián, del que se conserva un fragmento de muralla: allí está el mirador.
En el monte Castro hay también un monumento a los galeones hundidos en la Batalla de Rande. En 1702, 19 galeones que cargaban desde América 108 millones de piezas de oro y plata, entraban en la Ría de Vigo para protegerse de una escuadra inglesa. En la batalla resultaron hundidas 40 naves repletas de tesoros. Se dice que los ingleses se llevaron 40 millones de piezas y que un millón fue recuperado. El resto del cargamento palpita entre peces y ostras.
Otro mirador está en el monte de A Guía, en cuya cima se erige la ermita de Nuestra Señora de las Nieves, punto de referencia de las embarcaciones que surcan la Ría y donde la gente del mar agradece a la Virgen su protección. Las mujeres de los pescadores subían al tejado de la ermita en los días de temporal para cambiar la dirección del viento que se llevaba a sus maridos.
Fuera del casco urbano está A Madroa, un monte con pinos y eucaliptos y manantiales, que tiene el único parque zoológico de Galicia. Y junto a la carretera de Vigo a Gondomar está el Monte Alba, acaso el que ofrece la visión más grandiosa: la Ría de Vigo en toda su extensión y un gran valle lleno de flores y cultivos.

Las playas

Entre los sitios más deliciosos de Vigo para disfrutar con el cuerpo lo que desde los miradores vieron los ojos, están las playas. A lo largo del litoral se extiende una gran cantidad de playas de distintos tipos. En la orilla izquierda de la ría de Vigo aparece la famosa playa de Simil, cercana a la ciudad. A lo largo de sus tres km tiene amplios pinares y lugares para hacer deportes. Le sigue la playa de Bao, de arena blanca y aguas tranquilas, en la que emerge la pequeña isla de Toralla, unida a la tierra por un puente.
En una de esas playas, casi personales, retozan el viejo y su nieta. La obsesión del viejo finalmente se ha encontrado con el espíritu que lo llamaba, trepado a un techo una tarde en que el viento se llevaba todos los diablos. La chica toma sol con auriculares. El viejo, con una sonrisa, contempla Vigo.

Suplemento Viajes, Clarín, 30 de octubre de 2005
http://www.clarin.com/suplementos/viajes/2005/10/30/v-00611.htm


viernes, 12 de enero de 2007

CARNAVAL DE BAHIA

Cuatro días para ser negro

Por Gustavo Ng


A ver quién se atreve a meterse por un agujero en el siglo XXI, al territorio ferviente en que se agitan los demonios de la jungla. En el carnaval de Bahia viene a estallar en el presente el futuro del África que aún no llegó. Los tambores y los coros de los negros y los negros de la tribu danzando han evolucionado. En Bahia la música llena el mundo tronando desde camiones gigantescos como naves extraterrestres que cargan toneladas de amplificadores. En la cima, como minúsculos muñequitos van los músicos, y desparramados alrededor como un océano de alimañas enloquecidas de alegría, van negros, indios, blancos, humanos de todos los colores, disfrazados de todas las cosas, bailando, bailando, bailando. Bailan los mismos ritmos del fondo de los tiempos, adornados con los mismos caracoles y las mismas ropas blancas, alimentados aún de pescado, cerdo y frutas, adorando los mismos dioses chispeantes y tremendos, y festejando que se liberaron de la esclavitud.

Esto dura unos pocos días: a ver quién se aguanta seguirle el ritmo a los bahianos, que se han guardado siglos para esta fiesta y que se largan a las calles sabiendo que este carnaval puede ser el último.

Quien entienda eso y a quien le responda el cuerpo, podrá celebrar estos días finales de alegría fugaz bailando y cantando sin parar durante esta maratón de cuatro días enloquecidos.
Las naves extraterrestres rodeadas por cardúmenes infinitos de bailarines en éxtasis se llaman tríos eléctricos. Puede uno mezclarse allí, pagando una entrada. También es posible sumarse a un bloco: clubes que salen a festejar con sus grandes grupos de percusionistas, sus cantantes y su multitud vestida con los trajes y colores que los identifican. Si se siente la vocación de saltar de una cosa a otra, agitándose libremente, uno se habrá convertido en una pipoca (palomita de maíz), entre muchas otras. Luego están los camarotes, lugares en los que se puede bailar mirando la fiesta en las calle, y también hay cientos de clubes y barracones en que la fiesta privada se hace pública y la pública, privada. Se montan escenarios en las zonas de Cajazeiras, Periperi, Itapuã y Liberdade, barrio de 500 mil almas donde está la mayor concentración de afro-descendientes de la ciudad.

Los tríos eléctricos y los blocos andan por recorridos. Los recorridos son tres: Dodô, junto al mar, preferido por los universitarios y los adolescentes; Osmar, donde circulan los blocos más tradicionales y en el que la fiesta comienza a la mañana, y Batatinha, por la zona que es Patrimonio Cultural de la Humanidad. Son 25 kilómetros por las calles de Bahia para gastarse los pies y reventarse la garganta danzando y cantando. Con lo que no se habrá hecho nada diferente a lo que hacen dos millones de nativos.

Esta es la emperatriz de las fiestas callejeras del planeta. El carnaval fue llevado al Brasil por los portugueses. Llegó como celebración en la que no se sabía dónde terminaba lo cristiano y dónde empezaba lo pagano, y los negros resolvieron el problema llenándolo con sus cosas. Bahia es una lonja del corazón de África. No eran lo que se dice pasivos, los negros forzados a la esclavitud, e hicieron de todo para zafarse —hasta crearon Palmar, un estado independiente en medio de la selva americana. Y aunque fueron vencidos, las luchas de sus antepasados les dan esperanzas. También les dicen quiénes son. Todo eso tiene el carnaval, cosas de negros: su canbomblé, su capoeira, la música y la danza, sus sociedades, sus batallas de resistencia.

Los portugueses aportaron una fiesta en la que los reyes se hacían pobres y los pobres, reyes. Pues bien, dijeron los negros, si es nuestra fiesta, los negros esclavos seremos libres, los negros pobres seremos ricos, los negros condenados seremos rescatados por la alegría. Y entre ellos puede uno mezclarse, entre dos millones de barones hambrientos, napoleones retintos y pigmeos de boulevard que bailan y bailan y bailan.


Capoeira

Ahora hay chicas, pero antes eran sólo hombres, muchachos, que hacían esa danza alucinada, lenta y rápida, siguiendo de un modo extraño el ritmo del berimbau —el que parece un arco, con su única cuerda—, el atabaque —el tambor apoyado en el suelo— y el pandeiro —el tambor más pequeño. En las plazas, las playas, los lugares turísticos y también en lugares exclusivos se desarrolla esta plena jactancia de flexibilidad y control mágico del equilibrio. Casi tan practicada como el fútbol, la capoeira es una danza y un juego que desciende de un entrenamiento marcial disimulado. Fue gestada en el legendario quilombo de Palmares, donde en el siglo XVII se refugió un grupo de esclavos que habían acuchillado a sus amos. Libres ya, establecieron una comunidad abierta a indios y mestizos que promovió la rebelión y atrajo indómitos hasta alcanzar una población de 20.000 habitantes. La capoeira se practicaba como una técnica de combate, y cuando el quilombo fue arrasado, se difundió bajo la mascarada de una danza.


Blocos y Afoxés

Hay blocos tradicionales y blocos afro. El más antiguo entre los afro es Filhos de Gandhi, con sus más de 6000 miembros que forman un río blanco y azul. Entre los recientes los más conocidos son Olodum, Muzenza, y Malé Debalé. El Ilé Aiye es un espectáculo portentoso cuando sale de su base en Ladeira du Curuzu, en el barrio de Liberdade.Imaginaos el carnaval con otra música: misión imposible. Los negros entraron a la fiesta de blancos que era el carnaval a fines del siglo XIX con sus bandas, llamadas afoxé, al ritmo del ijexá, un ritmo surgido de los ritos del candomblé. La primera afoxé se llamó Embaixada Africana.


Candomblé

Candomblé es una palabra con mucha música y que crea mucha confusión a la hora saber qué designa. Los bahianos llaman candomblé a una religión, sus ritos o el lugar donde se desarrollan esos ritos. De lo que no hay duda es que tiene que ver con una religión en origen africana y luego sincretizada, que tiene por dioses a los orixás, espíritus de la Naturaleza, protectores de la casa y la maternidad, guerreros, reyes y reinas de África y muchos más.


Orixás, los dioses del Carnaval

Exú: mensajero entre los hombres y los orixás. Color: Rojo.
Ogum: abre caminos. Color: azul oscuro.
Oxumaré: unión del cielo y la tierra. Color: verde y amarillo.
Iansã: orixá de los vientos y las tempestades. Color: Rojo.
Logun Edé: orixá de las selvas. Color: azul y verde.
Oxum: orixá de los rayos y los truenos. Color: dorado.
Nanã: la más vieja de las orixás de las aguas. Color: blanco y azul.
Loko: orixá de la jungla y los caminos, protector de los pobres. Color: blanco.
Ossain: dueño de las hierbas, es el médico de los orixás. Color: rojo y azul.
Ósala (conocido también como Oxalufã y Oxaguian): orixá supremo. Color: blanco.
Iemanjá: reina de las aguas. Color: rosa y celeste.
Ifá: orixá de la adivinhação. Color: blanco


Irmandade da Boa Morte

Está compuesta por señoras negras, unidas bajo el manto de una cofradía católica que se formó hace dos siglos para ayudar a esclavos fugitivos y para reunir dinero para comprarles la libertad. Son devotas de Nossa Senhora da Boa Morte, virgen que se superpone a Naná, Gran Madre de quien todos provendríamos, nos pasamos la vida buscándola y terminamos, con la muerte, volviendo a ella. Ella es quien nos inventa, reinventa, gesta, cría, suelta en el mundo, vive en las profundidades de nuestra esencia y después recoge el cordel para llevarnos de nuevo a su interior que es el origen de nuestros orígenes. Las hermanas visten todas de blanco: vestido, pulseras, pañuelo en la cabeza. Cantan canciones católicas, pero pronunciando las “a” y las “e” de un modo tan inconfundiblemente africano que cuesta entender el portugués.


Todos los bahianos son músicos

El carnaval de Bahia es música y todos los bahianos son músicos. Quienes se destacan entre ellos, alcanzan dimensiones universales. Uno de los que se ha disparado aceleradamente los últimos años es Carlinhos Brown, inventor del grupo de percusión Timbalada, quien tomó su apellido artístico de la expresión con que algunos turistas blancos llaman a los niños negros. Como músico tiene una versatilidad proverbial, con la que mezcla rap, funk, rock, trip-hop, sonoridades africanas, música brasileña y ritmos de otras latitudes americanas. Superpatriarca de los músicos bahianos es Caetano Veloso. Es uno de esos músicos que están más allá de lo clásico, son creadores de la fuente de los clásicos. Caetano inventó todo en la música brasileña. Comenzó a cantar y tocar guitarra en Salvador junto con su hermana Maria Bethânia, apasionado con la bossa nova de João Gilberto (el músico que cambió la manera de cantar y tocar la guitarra en Brasil, dejando de lado voces típicas y tradiciones) se juntó con Gal Costa y Tom Zé. Exiliado en Inglaterra durante la dictadura militar, nunca detuvo su enorme corriente creativa. Fue uno de los líderes del movimiento tropicalista con Gilberto Gil, otro deslumbrado por la revolución de la bossa nova, quien se conectó con Chico Buarque, Torquato Neto, Capinam y Elis Regina. Desde entonces su aporte ha sido continuo y prolífico, con acercamientos al reggae y el pop.


Pelourinho

Casco histórico de Salvador, capital del Estado de Bahia. Un enclave de maravillosa arquitectura neobarroca, nido del surgimiento de la cultura afrobahiana. APARTADO / Recôncavo
Área que circunda la Baía de Todos os Santos, región fértil usada para plantaciones. Mayor concentración de afrobrasileños, ha sido llamada la Roma Negra.


Cocina bahiana

En la cocina bahiana se cuecen las raíces africanas: moqueca (especie de cazuela de pescado), siempre sazonada con condimentos fuertes, bobó de camarão (crema de mandioca con camarones), vatapá (crema de pescado, camarones secos y frescos, y castañas de cajú), sarapatel (guiso de hígado y corazón vacunos), acarajé (buñuelo de masa de frijoles relleno con salsa picante y camarones) y caldo de sururu (especie de mejillón) o lambreta (almeja).



Maxim, España - Enero de 2006



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