martes, 20 de marzo de 2007

ESPAÑA

Desde Vigo, alma y sabor de Galicia

Gustavo Ng

El viejo parecía ignorar el rugido del Atlántico. Erguido solemnemente en una playa de la costa argentina, con las manos tomadas atrás, parecía no prestar atención al mar, concentrado como estaba en escudriñar con la mirada más allá del horizonte de agua. Como si en cualquier momento fuera a aparecer algo. Ya se tomará un avión, el viejo, y desandará el camino que lo trajo a Buenos Aires hace más de medio siglo. Se tomará un avión con su nieta adolescente y verá lo que cada verano su sentimiento busca donde acaba el océano: Vigo.
Entonces, podrá ver desde el aire un perfecto crucero blanco y gigante entrando apaciblemente desde el mar a la ría de Vigo. Miles de turistas llegan en cruceros a este puerto, entrada esplendorosa a Galicia y a España.
En la boca de la ría amparan al puerto las islas Cíes, tres cerros sumergidos hasta la mitad. Galicia es la región montañosa de España sobre la que el mar se ha montado. Ha trepado por sus valles perpendiculares a la costa formando varias rías, en las que mariscos y peces han abundado como en un paraíso. La ruda tierra gallega recibe las aguas oceánicas con deleite de esposa enamorada, y el fruto de la unión es un lugar de una hermosura robusta, capaz de obsesionar a sus hijos toda la vida.

En el barrio histórico


El viajero empezará una visita al casco antiguo por el Barrio del Berbés, zona tradicional de pescadores. Desde allí se ven plazuelas y pórticos hasta los que antaño llegaba el mar. Por la Rúa da Ribeira se va a la Plaza de Piedra, donde un mercado ofrece de todo, herencia de un tiempo en el que se vendían productos exóticos de ultramar.
A través de la Plaza de la Constitución, donde estaba emplazado el antiguo ayuntamiento, se llega a la Rúa dos Cestos, con sus artesanías en mimbre, muestras de una tradición centenaria, y la Colegiata de Santa María, en pleno corazón del casco viejo. El edificio, obra cumbre del neoclásico en Galicia, fue construido a principios del siglo XIX sobre las ruinas de la antigua Concatedral, destruida por el pirata Drake. En el atrio de la Colegiata está el símbolo de la ciudad: un olivo.
Los vestigios más antiguos de Vigo pertenecen a la época romana —entre los siglos III y VI d.C. La ciudad sufrió ataques de los normandos en la alta Edad Media, luego fue arrasada por Almanzor, en el siglo XVI padeció la peste y las invasiones turcas la asolaron en el XVII. Por eso, Enrique IV fortificó Vigo con unas murallas que permanecieron hasta 1860. La ciudad había quedado constreñida a un pequeño lugar de calles y construcciones irregulares.
La Colegiata de Santa María atesora al Cristo de la Victoria, patrono de la ciudad, quien fue llevado por el mar de Dios hasta una playa gallega para ayudar a los vigueses a resistir hasta la expulsión de las tropas de Napoleón en 1809.
Cerca de la Colegiata está la Estación Marítima de Ría, con su antiguo muelle de A Laxe. De la Estación Marítima salen excursiones para recorrer la ría y rodear a las Islas Cíes: Monteagudo, Faro y San Martiño. Son la zona natural más bella de Vigo. Las costas que dan al interior de la ría son suaves, hechas de grandes superficies de arena y bosques, mientras que la parte occidental, batida por el ímpetu de las aguas del Atlántico, es una sucesión de acantilados y cuevas, residencia eterna de multitudes de aves. Antes de subirse al barco hacia las islas Cíes, los turistas visitan la antigua Pescadería, donde aún se ofrecen frutos de mar.
También disfrutarán los mariscos los navegantes del mundo que el 12 de noviembre zarparán de Vigo para dar la vuelta al planeta acuático para ganar la Volvo Ocean Race. Será la primera vez que esta competencia se inicia en un puerto no británico.
Bastión turístico de la zona es la Puerta del Sol, con su sireno, mitad hombre y mitad pez. Es el punto desde el que se expandió la configuración urbana hacia las laderas del monte Castro.
Los bares —tascas— del casco antiguo son punto de partida de otro tipo de tour. "Marcha" le llaman los vigueses, que empiezan por la ruta de vinos de los alrededores del Mercado de la Piedra y siguen para la calle Churruca o para el Barrio del Arenal, en los alrededores del Club Náutico, y luego terminan en alguna de las discos del entorno de la playa de Samil, al otro lado de la ciudad.

Los miradores

El Monte del Castro fue asiento de la primera población prehistórica de Vigo. Desde pleno centro de la ciudad, domina la bahía de Vigo y buena parte del valle del Fragoso. El monte es pulmón verde de una ciudad que ha crecido vertiginosamente en el último siglo. Asentada al borde de la ría, Vigo asciende por las laderas del monte Castro y hoy, con su expansión urbana, rodea y sobrepasa ampliamente aquel emplazamiento inicial.
En 1900 la población era de 18.500 habitantes y para 2004 la cifra había trepado a 292.059, al consolidarse como el primer puerto pesquero de España.
Desde el monte Castro se contempla un panorama en el que las formas urbanas se diluyen en el horizonte marino; un paisaje que combina sierras, playas, islas y valles, envueltos en el azul luminoso de Galicia contra el mar.
En una de las laderas del monte Castro se han hallado restos arqueológicos de la época en que la gente vivía en pueblos fortificados en las montañas. La gente, entonces, era gente celta. En la cima está el castillo de San Sebastián, del que se conserva un fragmento de muralla: allí está el mirador.
En el monte Castro hay también un monumento a los galeones hundidos en la Batalla de Rande. En 1702, 19 galeones que cargaban desde América 108 millones de piezas de oro y plata, entraban en la Ría de Vigo para protegerse de una escuadra inglesa. En la batalla resultaron hundidas 40 naves repletas de tesoros. Se dice que los ingleses se llevaron 40 millones de piezas y que un millón fue recuperado. El resto del cargamento palpita entre peces y ostras.
Otro mirador está en el monte de A Guía, en cuya cima se erige la ermita de Nuestra Señora de las Nieves, punto de referencia de las embarcaciones que surcan la Ría y donde la gente del mar agradece a la Virgen su protección. Las mujeres de los pescadores subían al tejado de la ermita en los días de temporal para cambiar la dirección del viento que se llevaba a sus maridos.
Fuera del casco urbano está A Madroa, un monte con pinos y eucaliptos y manantiales, que tiene el único parque zoológico de Galicia. Y junto a la carretera de Vigo a Gondomar está el Monte Alba, acaso el que ofrece la visión más grandiosa: la Ría de Vigo en toda su extensión y un gran valle lleno de flores y cultivos.

Las playas

Entre los sitios más deliciosos de Vigo para disfrutar con el cuerpo lo que desde los miradores vieron los ojos, están las playas. A lo largo del litoral se extiende una gran cantidad de playas de distintos tipos. En la orilla izquierda de la ría de Vigo aparece la famosa playa de Simil, cercana a la ciudad. A lo largo de sus tres km tiene amplios pinares y lugares para hacer deportes. Le sigue la playa de Bao, de arena blanca y aguas tranquilas, en la que emerge la pequeña isla de Toralla, unida a la tierra por un puente.
En una de esas playas, casi personales, retozan el viejo y su nieta. La obsesión del viejo finalmente se ha encontrado con el espíritu que lo llamaba, trepado a un techo una tarde en que el viento se llevaba todos los diablos. La chica toma sol con auriculares. El viejo, con una sonrisa, contempla Vigo.

Suplemento Viajes, Clarín, 30 de octubre de 2005
http://www.clarin.com/suplementos/viajes/2005/10/30/v-00611.htm


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