viernes, 7 de diciembre de 2007

Turín, con ese altivo esplendor del Norte



La brillante bandera de Italia contrasta con los tonos sobrios de Turín, del negro perfecto al ámbar pálido que emite una tulipa de piedra medieval. Esta es la capital del Piamonte, entre Suiza, Francia y el Mar de Liguria. Al sur está Italia, claro, pero en lugar de volare ho ho!, cantare ho ho hoho! se oirá el susurro íntimo de Carla Bruni pronunciando et l'océan de l'oubli, a jamais, nous réunit.

Se descubrirá desde el tranvía, frente a la Piazza Castello, un café distinguido que al porteño le resultará familiar. Se baja, se caminan unos metros por el casco histórico, la Torino sabauda, y se instala uno dentro de una recova, en el Café Mulassano, centenario, de madera, bronce, cristal, luces y la voz de Carla Bruni, chica del lugar. A unos metros está la Galleria Subalpina, elegante como ninguna, habitada por un cine de lujo, librerías de lujo y bares de lujo, hasta salir a otra plaza, la Carlo Alberto.

Resultó que el Café Mulassano estaba muy cerca del hotel, de modo que uno se ha hecho habitué. Cada tarde, entre martinis y el aire de la primavera alpina, se ha contemplado el entorno monumental de la Piazza Castello.

Al fondo está el Palazzo Reale, como un muro de tiza, labrado exquisitamente para que el tiempo se detenga. Por doscientos años fue la casa de los Saboya, una de las dinastías emblemática de la nobleza europea. También alojó a los reyes de Cerdeña y al primer rey de Italia. Los artistas lo cincelaron barroco, rococó y neoclásico. Detrás se extienden melancólicos giardini reali y adelante una plazoleta está custodiada por Dióscuros también congelados en el tiempo.

Se ve la cúpula suculentísima de la Chiesa di San Lorenzo, cuyo interior es una obra maestra del barroco religioso en Europa, en la que sobreabundan las joyas de la inagotable riqueza católica de los Saboya. Una tras otra se suceden capillas, cada una de las cuales requiere varios días de contemplación.

Enfrente se continúa el Palazzo Reale en un edificio que replica paredes rojas y ventanas blancas, como en un sueño, hasta el infinito. Fueron las plazas y los edificios de Turín los que dictaron a Giorgio De Chirico la quietud metafísica y la melancolía impasible que capturó en sus pinturas.

En el centro de la Piazza Castello se yergue como un peñón arquitectónico el Palazzo Madama. Su fachada de pulimento austero oculta un cuerpo medieval, con torres cilíndricas de ladrillos de rojo maduro por las que trepan las enredaderas verdes.

En los pliegues de su interior de mármol habita la historia de Turín. Los siglos estáticos desde que la creara Augusto hace 2000 años hasta que los Saboya la convirtieron en el enclave de su dominio, tramándole un laberinto abigarrado de palacios, plazas, iglesias y castillos. Napoleón hizo demoler antiguas fortificaciones y los vientos de la expansión moderna cambiaron la faz de Turín: fue fundamento de la revolución industrial en Italia. Su dimensión la hizo capital de la nueva Italia Unificada en 1861 y las posguerras del siglo XX la impulsaron aún más como potencia de la industria.

Usted andará por camas de reyes, que en Turín son camas de piedra. La frialdad es de una belleza exquisita en esta ciudad, donde las luces preservan las oscuridades mejor de lo que iluminan y donde son hermosas las camas de piedra y los baños como mausoleos (para los pies descalzos, el mármol gélido).

Los turineses siempre fueron gente altiva, circunspecta y aplicada. Su laboriosidad fue motor de la industrialización de Italia, proceso que atrajo hacia Turín migrantes de todo el país. Aunque alberga una ensaladera de orígenes, sigue siendo distinguida y alejada del ardor sureño. La prosperidad avivó la tradición cultural e intelectual. Aquí escribieron Italo Calvino, Cesare Pavese y Umberto Eco. Donde Jean François Champollion desentrañaba jeroglíficos se construyó un museo, el segundo Museo Egipcio del mundo. Salimos del café, caminamos por la via Accademia delle Scienze y entramos a ese museo. La colección de piezas es inextinguible. Muchas provienen de las excavaciones que llevaron a cabo los investigadores de este museo entre 1900 y 1935. Hay cerca de 30.000 objetos. Recorriendo las salas se entiende una clave que escribió Champollion: “El camino a Memfis y Tebas pasa por Turín”.

La maciza severidad con que los turineses se opusieron al fascismo es la misma que había generado el imperio Fiat. La Fabbrica Italiana Automobili Torino fue fundada en 1899 por Giovanni Agnelli y otros inversores que impusieron sus vehículos rápidamente hasta concretar el proyecto de Lingotto, el mayor complejo automovilístico de su época en Europa. Está cerrado el Museo Nazionale dell’Automobile, pero puede visitarse la Fiat en el marco del “Made in Torino. Tour the Excellent”. El itinerario incluye empresas aeroespaciales (Alcatel Alenia Space, Alenia Aeronautica y Galileo Avionica), otras automotoras (Iveco y New Holland) y compañías de diseño (Pininfarina, Bertone y Gufram).

La noche más relajada está en el Murazzi del Po. Desde el río se nos verá junto a los distinguidos turineses, charlando en uno de los bares de la costa, contra las viejas arcadas. Sobre las arcadas corren los autos entre árboles tumultosos y allí arriba, iluminada bellamente, la enorme aguja de la Molle Antolleniana.

En una bella giornata estival daremos un paseo en bicicleta acompañando el Po. Saldemos de un parque junto al Borgo Medioevale, pasaremos por debajo del Ponte Isabella y bordearemos el río, que ha lamido castillos desde siempre y sintió pasar el poder de los soldados de Roma durante siglos y hoy sigue agitándose vivo bajo el sol. Pasaremos la zona de los hospitales, el Museo del Automóvil, el palacio Vela y el palacio del Trabajo. Cruzaremos el Sangone para meternos en el parque nacional de las Vallere. Iremos por la carretera del Castillo de Mirafiori y llegaremos al bosque de Nichelino. En dos horas sobrecargadas de aire, río y Medioevo, habremos llegado al palacete de Caza de Stupinigi.

En una cena en un restaurante pequeño y de gusto irreprochable, en tonos pastel y dorado, con manteles y servilletas de hilo, grandes jarras de cristal con agua y bienestar en el ambiente, probaremos la comida de Turín. Picaremos pistachos y panes, algunos rellenos de frutos secos, y luego nos traerán una insalata de gamberetti y rucola, un ragout de ternera con salsa de zanahorias, un carpaccio de buey con parmeggiano, agnolotti rellenos de carne, nuez moscada y laminitas de la famosísima trufa blanca del Piamonte y rissotto negro con tinta de sepia. El dolce es mousse de chocolate con nata y frutos secos.

Los gustos de Turín no son tiernos ni dulces. Turín no atrae por empalagosa, sino por su estilo definido hasta lo incorregible. El visitante se lleva la impresión de una ciudad que pasó del rigor soberbio del imperio a la precisión severa de un industrialismo que también se hizo imperial; un sentimiento de realeza que ha respirado en cada turinés, como si todos descendieran directamente de Vitorio Emanuel I, rey de Savoia.



UNA VISITA AL SÉPTIMO ARTE

La pujanza industrial de Turín se concretó tanto en las automotoras como en el cine. La vocación por la cultura de Turín absorbió de su vecina Lyon las máquinas de los hermanos Lumière. Aquí nació Cabiria, la primera superproducción de la historia del cine, rodada en 1913 con tropas de elefantes en los Alpes y escenas de batallas con 20.000 extras. La industria cinematográfica fue intensa, fundamentó la RAI y tiene su exhaustivo Museo Nazionale del Cinema alojado desde el 2000 en cinco pisos dentro de la Mole Antonelliana. La planta baja está ocupada por salas de proyección; en el primer piso se despliega la Arqueología del Cine, en el segundo está el Salón Templo del Cine, con diez capillas dedicadas al culto del séptimo arte; el tercer piso muestra las diferentes etapas de la producción cinematográfica y el último nivel contiene la más completa colección de afiches de películas del mundo.
La Mole Antonelliana es emblema de Turín. Fue iniciada en 1863 como sinagoga; se eleva impecable, nutrida de la soberbia de la Europa blanca, en 168 metros de elegancia, severidad, nobleza e intransigencia.
Es consenso entre los turistas que el Museo del Cine y la Sábana Santa son las visitas más fascinantes que pueden hacerse en Turín.



Suplemento Viajes y Turismo, Diario Clarín, 4 de noviembre de 2007

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