Por Gustavo Ng
Por las monumentales ruinas de barro en las afueras de Trujillo anda un perro negro, tan pelado como un animal marino. Sin embargo, vive en el desierto. Sube por rampas milenarias, se echa a la sombra de un muro polvoriento y en un pozo cavado por arqueólogos sueña enrollado con una pirámide multicolor y una muchedumbre que adora al dios mitad humano, mitad tigre. Era su amo también, antes de que llegaran los perros peludos. Le fue fiel cuando toda la gente desapareció, más tarde cuando los conquistadores despreciaron su mundo y ahora que los investigadores lo resucitan.
Durante décadas, el encandilamiento que ejerció Machu Picchu dejó en las sombras otros vestigios de civilizaciones que habitaron Sudamérica, pero en los últimos veinte años se han sucedido descubrimientos que están fundando a Perú como un nuevo Egipto.
El Señor de Sipán
Cerca de la ciudad costera de Chiclayo (770 kilómetros de Lima), en el pequeño pueblo de Sipán, se encontraron asombrosamente conservadas las tumbas de un rey y su corte que vivieron hace 1700 años. El Señor de Sipán fue un monarca de los mochica, sociedad extinguida hacia el año 600 d.C. Era el único gobernante y guerrero del antiguo Perú encontrado hasta entonces. Los científicos rescataron sus vestigios de los saqueadores de tumbas en 1987 y la riqueza del hallazgo ameritó la instalación en 2002 del Museo Tumbas Reales de Sipán, que puede ser visitado, tanto como el lugar del hallazgo, donde los arqueólogos siguen trabajando. La visita puede hacerse en el marco de un recorrido por diferentes sitios arqueológicos desde Chiclayo o desde Trujillo.
El Museo Tumbas Reales de Sipán exhibe cerámicas de belleza precisa, las mejores piezas del arte mochica. El visitante es asaltado por la vida intensa de los seres que emergen de las piezas: una parturienta, un zorro, un hombre que pesca una mantarraya, un hombre iguana, un muerto que hace música, un pez demoníaco, un prisionero desnudo. Los días y los trabajos de la gente mochica están retratados en las cerámicas que le ofrendaron al Señor de Sipán, no para que se hicieran polvo, sino para que le sirvieran en la vida que le esperaba después de la muerte. También habrían de servirle sus acompañantes: esposa y concubinas, jefe militar, vigilante, porta estandarte, un niño, dos llamas. Y el perro fiel que anda todavía por las pirámides.
El Señor de Sipán se presentó en otro mundo con su majestuosa opulencia de metal. En las vitrinas del museo relumbran collares de doradas cabecitas sonrientes, orejeras, cascos, cetros y brazaletes de oro, plata (el oro, hecho de sol, la plata hecha de luna), cobre dorado y piedras semipreciosas. Sólo en el sepulcro del Señor había más de 400 joyas. Una nariguera está hecha de láminas finas de oro que cuelgan delicadamente: la luz del sol creaba figuras centelleantes cuando el Señor hablaba.

El circuito arqueológico de la costa norte de Perú incluye además las 26 pirámides de Túcupe, el Complejo El Brujo, la Huaca de la Luna y Chan Chan, la ciudad de barro. Se trata de un itinerario vivo, porque todo el tiempo se están haciendo descubrimientos, muchos de ellos tan extraordinarios que ponen patas arriba las teorías vigentes sobre las civilizaciones que precedieron a los incas. Este es el Perú anterior al Imperio Inca y el Perú más allá de Machu Picchu.
El Brujo muestra una pirámide y una reina tatuada
El descubrimiento del Señor de Sipán generó una fiebre del oro arqueológico. Poco después se encontraron los primeros frisos pintados en la misteriosa plataforma geológica en forma de triángulo que conforma el complejo El Brujo. Los frisos están en la parte superior de una pirámide que continuamente arroja maravillas a la luz del presente. La pirámide, como cientas aún no descubiertas, estaba tapada por el polvo. Para el inexperto era un montículo cualquiera, uno de los tres del lugar, agujereado como un queso por los huaqueros (profanadores de tumbas) y llamado El Brujo por los nativos porque era punto de reunión de los shamanes de la región.
En el valle de Chicama, como ningún otro sitio, el Brujo concentra huellas de un largo pasado: las más antiguas son de 5000 años y están las ruinas de una iglesia dominica de tiempos coloniales. Cuando vivían los mochica los cultivos reverdecían; hoy es una pampa junto al mar sin una brizna de pasto y sin una línea de sombra. Estamos a una hora de la ciudad de Trujillo, a 550 kilómetros al norte de la capital del Perú, en un sitio que ha sido abierto al público recién en mayo de este año.
El visitante tendrá frente a sí la fachada develada de una pirámide mochica, los prisioneros en fila que salen de una pared y un mural en el que signos y figuras enigmáticas danzan una coreografía desconocida. Verá lo que ojos ancestrales vieron, y examinará la labor, precisa hasta la obsesión, de los arqueólogos.
Los investigadores han hecho recientemente un hallazgo descomunal: en la pirámide dieron con un mausoleo, y de la tumba principal sacaron al rey, que resultó ser una mujer. Una pequeña reina en un estado de conservación tan bueno que resulta inexplicable. Tenía unos 25 años y las manos y antebrazos tatuados con serpientes y arañas, caballitos de mar y estrellas. La enterraron con báculos, coronas y ofrendas, envuelta en un fardo de 120 kilos. Gobernó en el siglo III de nuestra era, bajo la ascendencia del dios único Ai Apaiec, hombre felino al que le ofrendaban la sangre de los prisioneros y las peregrinaciones sin fin hasta la pirámide que hoy visita la gente del siglo XXI.
Huaca de la Luna
El primer impulso será levantar la cámara de fotos para capturar la imagen, pero inmediatamente se la bajará para entregar sin intermediaciones el alma al fascinante espectáculo de la fachada de una pirámide multicolor de casi 30 metros de alto, poblada de decenas de seres de otro tiempo, tallados y pintados por gente de otro tiempo. Los guerreros marchan en el escalón de la base, oficiantes de una ceremonia desconocida danzan tomados de la mano en el segundo escalón, luego se alinean arañas con brazos humanos (de una cuelga una cabeza, otra sostiene un cuchillo sacrificial), pescadores, hombres felinos, una titánica serpiente que separa el mundo terreno del divino y arriba de todo el dios Ai Apaiec.

Alrededor se distinguirán las trazas de la ciudad mochica desde la cima de la pirámide: depósitos, tumbas, corredores, patios. Allí arriba se caminará por el recinto donde se ejecutaban los sacrificios que culminaban en la plaza frente a la fachada —detrás de esta fachada hay otras cinco; las pirámides se iban construyendo sobre anteriores, recubriéndolas y conservando la forma.
Chan Chan
La Huaca de la Luna está en las afueras de Trujillo, lo mismo que Chan Chan, el sitio de mayor tradición en el circuito, desde 1986 Patrimonio de la Humanidad. Chan Chan es una intrincada ciudad de barro construida por los chimú, descendientes de los mochica que fueron dispersados por los inca.
La ciudad albergó unas 100.000 personas entre los siglos XII y XV. Tiene nueve complejos construidos sucesivamente, cada uno de ellos amurallado. Hoy se visita uno de ellos. Las ruinas siempre estuvieron a la vista, pero sólo comenzaron a ser restauradas en 1964. Hoy se ha recuperado el 95% del complejo y es el atractivo arqueológico más preparado para el turismo en la costa norte.
Los muros forman un perímetro de un kilómetro y medio. En su interior hay plazas enormes, patios pequeños, pasillos como un laberinto y recintos, cámaras, depósitos. En el lugar no llueve; para abastecerse de agua los chimú hicieron 140 pozos.
Tras andar por un pasadizo enmarcado por paredes de más de dos metros de alto, el espacio se abre sobre una gigantesca piscina rectangular con prolijos brocales de piedra. Oasis irreal en medio de la aridez infame de Chan Chan, crecen en el agua eneas, totoras y juncos, y por los platos de los lirios acuáticos caminan pollas de agua, entre patos, flores frescas e insectos voladores.
Chan derivó de xllang, sol, que en el lugar manda cruelmente. Sol, desierto y mar. Chan Chan, capital de un solo reino, es la ciudad que construyeron unas personas apasionadas con el mar. Corren aún los peces por los muros, junto a disciplinados cormoranes. En todas partes están los rombos, como decoración o como estructura de paredes: son las redes de los pescadores. Los chimú dueños de los espíritus que hoy se esconden tras la resolana y se dejan bañar por la luz de la luna, iban felices por el mar con los caballitos de totora que aún usan sus nietos. Quién sabe hasta donde llegaron.
Sentadito en la orilla recalcitrante, observando atento el infinito horizonte de agua, esperaría a su dueño navegante el fiel perro tan pelado como un animal marino.
OLAS Y SABORES
Por las monumentales ruinas de barro en las afueras de Trujillo anda un perro negro, tan pelado como un animal marino. Sin embargo, vive en el desierto. Sube por rampas milenarias, se echa a la sombra de un muro polvoriento y en un pozo cavado por arqueólogos sueña enrollado con una pirámide multicolor y una muchedumbre que adora al dios mitad humano, mitad tigre. Era su amo también, antes de que llegaran los perros peludos. Le fue fiel cuando toda la gente desapareció, más tarde cuando los conquistadores despreciaron su mundo y ahora que los investigadores lo resucitan.
Durante décadas, el encandilamiento que ejerció Machu Picchu dejó en las sombras otros vestigios de civilizaciones que habitaron Sudamérica, pero en los últimos veinte años se han sucedido descubrimientos que están fundando a Perú como un nuevo Egipto.
El Señor de Sipán
Cerca de la ciudad costera de Chiclayo (770 kilómetros de Lima), en el pequeño pueblo de Sipán, se encontraron asombrosamente conservadas las tumbas de un rey y su corte que vivieron hace 1700 años. El Señor de Sipán fue un monarca de los mochica, sociedad extinguida hacia el año 600 d.C. Era el único gobernante y guerrero del antiguo Perú encontrado hasta entonces. Los científicos rescataron sus vestigios de los saqueadores de tumbas en 1987 y la riqueza del hallazgo ameritó la instalación en 2002 del Museo Tumbas Reales de Sipán, que puede ser visitado, tanto como el lugar del hallazgo, donde los arqueólogos siguen trabajando. La visita puede hacerse en el marco de un recorrido por diferentes sitios arqueológicos desde Chiclayo o desde Trujillo.
El Museo Tumbas Reales de Sipán exhibe cerámicas de belleza precisa, las mejores piezas del arte mochica. El visitante es asaltado por la vida intensa de los seres que emergen de las piezas: una parturienta, un zorro, un hombre que pesca una mantarraya, un hombre iguana, un muerto que hace música, un pez demoníaco, un prisionero desnudo. Los días y los trabajos de la gente mochica están retratados en las cerámicas que le ofrendaron al Señor de Sipán, no para que se hicieran polvo, sino para que le sirvieran en la vida que le esperaba después de la muerte. También habrían de servirle sus acompañantes: esposa y concubinas, jefe militar, vigilante, porta estandarte, un niño, dos llamas. Y el perro fiel que anda todavía por las pirámides.
El Señor de Sipán se presentó en otro mundo con su majestuosa opulencia de metal. En las vitrinas del museo relumbran collares de doradas cabecitas sonrientes, orejeras, cascos, cetros y brazaletes de oro, plata (el oro, hecho de sol, la plata hecha de luna), cobre dorado y piedras semipreciosas. Sólo en el sepulcro del Señor había más de 400 joyas. Una nariguera está hecha de láminas finas de oro que cuelgan delicadamente: la luz del sol creaba figuras centelleantes cuando el Señor hablaba.
El circuito arqueológico de la costa norte de Perú incluye además las 26 pirámides de Túcupe, el Complejo El Brujo, la Huaca de la Luna y Chan Chan, la ciudad de barro. Se trata de un itinerario vivo, porque todo el tiempo se están haciendo descubrimientos, muchos de ellos tan extraordinarios que ponen patas arriba las teorías vigentes sobre las civilizaciones que precedieron a los incas. Este es el Perú anterior al Imperio Inca y el Perú más allá de Machu Picchu.
El Brujo muestra una pirámide y una reina tatuada
El descubrimiento del Señor de Sipán generó una fiebre del oro arqueológico. Poco después se encontraron los primeros frisos pintados en la misteriosa plataforma geológica en forma de triángulo que conforma el complejo El Brujo. Los frisos están en la parte superior de una pirámide que continuamente arroja maravillas a la luz del presente. La pirámide, como cientas aún no descubiertas, estaba tapada por el polvo. Para el inexperto era un montículo cualquiera, uno de los tres del lugar, agujereado como un queso por los huaqueros (profanadores de tumbas) y llamado El Brujo por los nativos porque era punto de reunión de los shamanes de la región.
En el valle de Chicama, como ningún otro sitio, el Brujo concentra huellas de un largo pasado: las más antiguas son de 5000 años y están las ruinas de una iglesia dominica de tiempos coloniales. Cuando vivían los mochica los cultivos reverdecían; hoy es una pampa junto al mar sin una brizna de pasto y sin una línea de sombra. Estamos a una hora de la ciudad de Trujillo, a 550 kilómetros al norte de la capital del Perú, en un sitio que ha sido abierto al público recién en mayo de este año.
El visitante tendrá frente a sí la fachada develada de una pirámide mochica, los prisioneros en fila que salen de una pared y un mural en el que signos y figuras enigmáticas danzan una coreografía desconocida. Verá lo que ojos ancestrales vieron, y examinará la labor, precisa hasta la obsesión, de los arqueólogos.
Los investigadores han hecho recientemente un hallazgo descomunal: en la pirámide dieron con un mausoleo, y de la tumba principal sacaron al rey, que resultó ser una mujer. Una pequeña reina en un estado de conservación tan bueno que resulta inexplicable. Tenía unos 25 años y las manos y antebrazos tatuados con serpientes y arañas, caballitos de mar y estrellas. La enterraron con báculos, coronas y ofrendas, envuelta en un fardo de 120 kilos. Gobernó en el siglo III de nuestra era, bajo la ascendencia del dios único Ai Apaiec, hombre felino al que le ofrendaban la sangre de los prisioneros y las peregrinaciones sin fin hasta la pirámide que hoy visita la gente del siglo XXI.
Huaca de la Luna
El primer impulso será levantar la cámara de fotos para capturar la imagen, pero inmediatamente se la bajará para entregar sin intermediaciones el alma al fascinante espectáculo de la fachada de una pirámide multicolor de casi 30 metros de alto, poblada de decenas de seres de otro tiempo, tallados y pintados por gente de otro tiempo. Los guerreros marchan en el escalón de la base, oficiantes de una ceremonia desconocida danzan tomados de la mano en el segundo escalón, luego se alinean arañas con brazos humanos (de una cuelga una cabeza, otra sostiene un cuchillo sacrificial), pescadores, hombres felinos, una titánica serpiente que separa el mundo terreno del divino y arriba de todo el dios Ai Apaiec.
Alrededor se distinguirán las trazas de la ciudad mochica desde la cima de la pirámide: depósitos, tumbas, corredores, patios. Allí arriba se caminará por el recinto donde se ejecutaban los sacrificios que culminaban en la plaza frente a la fachada —detrás de esta fachada hay otras cinco; las pirámides se iban construyendo sobre anteriores, recubriéndolas y conservando la forma.
Chan Chan
La Huaca de la Luna está en las afueras de Trujillo, lo mismo que Chan Chan, el sitio de mayor tradición en el circuito, desde 1986 Patrimonio de la Humanidad. Chan Chan es una intrincada ciudad de barro construida por los chimú, descendientes de los mochica que fueron dispersados por los inca.
La ciudad albergó unas 100.000 personas entre los siglos XII y XV. Tiene nueve complejos construidos sucesivamente, cada uno de ellos amurallado. Hoy se visita uno de ellos. Las ruinas siempre estuvieron a la vista, pero sólo comenzaron a ser restauradas en 1964. Hoy se ha recuperado el 95% del complejo y es el atractivo arqueológico más preparado para el turismo en la costa norte.
Los muros forman un perímetro de un kilómetro y medio. En su interior hay plazas enormes, patios pequeños, pasillos como un laberinto y recintos, cámaras, depósitos. En el lugar no llueve; para abastecerse de agua los chimú hicieron 140 pozos.
Tras andar por un pasadizo enmarcado por paredes de más de dos metros de alto, el espacio se abre sobre una gigantesca piscina rectangular con prolijos brocales de piedra. Oasis irreal en medio de la aridez infame de Chan Chan, crecen en el agua eneas, totoras y juncos, y por los platos de los lirios acuáticos caminan pollas de agua, entre patos, flores frescas e insectos voladores.
Chan derivó de xllang, sol, que en el lugar manda cruelmente. Sol, desierto y mar. Chan Chan, capital de un solo reino, es la ciudad que construyeron unas personas apasionadas con el mar. Corren aún los peces por los muros, junto a disciplinados cormoranes. En todas partes están los rombos, como decoración o como estructura de paredes: son las redes de los pescadores. Los chimú dueños de los espíritus que hoy se esconden tras la resolana y se dejan bañar por la luz de la luna, iban felices por el mar con los caballitos de totora que aún usan sus nietos. Quién sabe hasta donde llegaron.
Sentadito en la orilla recalcitrante, observando atento el infinito horizonte de agua, esperaría a su dueño navegante el fiel perro tan pelado como un animal marino.
OLAS Y SABORES
A quince minutos de Trujillo está el balneario de Huanchaco, donde los pescadores siguen haciéndose a la mar en caballitos de totora, los surfers de todo el país aprovechan olas magníficas y la gente de paladar experto se lleva sabores que no hallará en otro lugar.
El mismo catador de exquisiteces encontrará ocasión de felicidad en Pimentel, balneario de Chiclayo. Probar una “orgía de mariscos” en la cebichería Los Percebes regalará un recuerdo fijo: pionono de papa con pulpa de cangrejo, langostinos en salsa golf, pulpo al olivo, conchas de abanico a la parmesana, conchas negras asadas con limón, choclo y especias locales, tortilla de raya. El ceviche de mero es único en el Perú, lo mismo que el filete de mero relleno de una pasta de mariscos con langostinos y rabas.
El mismo catador de exquisiteces encontrará ocasión de felicidad en Pimentel, balneario de Chiclayo. Probar una “orgía de mariscos” en la cebichería Los Percebes regalará un recuerdo fijo: pionono de papa con pulpa de cangrejo, langostinos en salsa golf, pulpo al olivo, conchas de abanico a la parmesana, conchas negras asadas con limón, choclo y especias locales, tortilla de raya. El ceviche de mero es único en el Perú, lo mismo que el filete de mero relleno de una pasta de mariscos con langostinos y rabas.
Suplemento Viajes y Turismo, Diario Clarín, 21 de enero de 2007