viernes, 7 de diciembre de 2007

Viaje al mundo de los mochicas

Por Gustavo Ng


Por las monumentales ruinas de barro en las afueras de Trujillo anda un perro negro, tan pelado como un animal marino. Sin embargo, vive en el desierto. Sube por rampas milenarias, se echa a la sombra de un muro polvoriento y en un pozo cavado por arqueólogos sueña enrollado con una pirámide multicolor y una muchedumbre que adora al dios mitad humano, mitad tigre. Era su amo también, antes de que llegaran los perros peludos. Le fue fiel cuando toda la gente desapareció, más tarde cuando los conquistadores despreciaron su mundo y ahora que los investigadores lo resucitan.

Durante décadas, el encandilamiento que ejerció Machu Picchu dejó en las sombras otros vestigios de civilizaciones que habitaron Sudamérica, pero en los últimos veinte años se han sucedido descubrimientos que están fundando a Perú como un nuevo Egipto.

El Señor de Sipán

Cerca de la ciudad costera de Chiclayo (770 kilómetros de Lima), en el pequeño pueblo de Sipán, se encontraron asombrosamente conservadas las tumbas de un rey y su corte que vivieron hace 1700 años. El Señor de Sipán fue un monarca de los mochica, sociedad extinguida hacia el año 600 d.C. Era el único gobernante y guerrero del antiguo Perú encontrado hasta entonces. Los científicos rescataron sus vestigios de los saqueadores de tumbas en 1987 y la riqueza del hallazgo ameritó la instalación en 2002 del Museo Tumbas Reales de Sipán, que puede ser visitado, tanto como el lugar del hallazgo, donde los arqueólogos siguen trabajando. La visita puede hacerse en el marco de un recorrido por diferentes sitios arqueológicos desde Chiclayo o desde Trujillo.

El Museo Tumbas Reales de Sipán exhibe cerámicas de belleza precisa, las mejores piezas del arte mochica. El visitante es asaltado por la vida intensa de los seres que emergen de las piezas: una parturienta, un zorro, un hombre que pesca una mantarraya, un hombre iguana, un muerto que hace música, un pez demoníaco, un prisionero desnudo. Los días y los trabajos de la gente mochica están retratados en las cerámicas que le ofrendaron al Señor de Sipán, no para que se hicieran polvo, sino para que le sirvieran en la vida que le esperaba después de la muerte. También habrían de servirle sus acompañantes: esposa y concubinas, jefe militar, vigilante, porta estandarte, un niño, dos llamas. Y el perro fiel que anda todavía por las pirámides.

El Señor de Sipán se presentó en otro mundo con su majestuosa opulencia de metal. En las vitrinas del museo relumbran collares de doradas cabecitas sonrientes, orejeras, cascos, cetros y brazaletes de oro, plata (el oro, hecho de sol, la plata hecha de luna), cobre dorado y piedras semipreciosas. Sólo en el sepulcro del Señor había más de 400 joyas. Una nariguera está hecha de láminas finas de oro que cuelgan delicadamente: la luz del sol creaba figuras centelleantes cuando el Señor hablaba.

El circuito arqueológico de la costa norte de Perú incluye además las 26 pirámides de Túcupe, el Complejo El Brujo, la Huaca de la Luna y Chan Chan, la ciudad de barro. Se trata de un itinerario vivo, porque todo el tiempo se están haciendo descubrimientos, muchos de ellos tan extraordinarios que ponen patas arriba las teorías vigentes sobre las civilizaciones que precedieron a los incas. Este es el Perú anterior al Imperio Inca y el Perú más allá de Machu Picchu.


El Brujo muestra una pirámide y una reina tatuada

El descubrimiento del Señor de Sipán generó una fiebre del oro arqueológico. Poco después se encontraron los primeros frisos pintados en la misteriosa plataforma geológica en forma de triángulo que conforma el complejo El Brujo. Los frisos están en la parte superior de una pirámide que continuamente arroja maravillas a la luz del presente. La pirámide, como cientas aún no descubiertas, estaba tapada por el polvo. Para el inexperto era un montículo cualquiera, uno de los tres del lugar, agujereado como un queso por los huaqueros (profanadores de tumbas) y llamado El Brujo por los nativos porque era punto de reunión de los shamanes de la región.

En el valle de Chicama, como ningún otro sitio, el Brujo concentra huellas de un largo pasado: las más antiguas son de 5000 años y están las ruinas de una iglesia dominica de tiempos coloniales. Cuando vivían los mochica los cultivos reverdecían; hoy es una pampa junto al mar sin una brizna de pasto y sin una línea de sombra. Estamos a una hora de la ciudad de Trujillo, a 550 kilómetros al norte de la capital del Perú, en un sitio que ha sido abierto al público recién en mayo de este año.

El visitante tendrá frente a sí la fachada develada de una pirámide mochica, los prisioneros en fila que salen de una pared y un mural en el que signos y figuras enigmáticas danzan una coreografía desconocida. Verá lo que ojos ancestrales vieron, y examinará la labor, precisa hasta la obsesión, de los arqueólogos.

Los investigadores han hecho recientemente un hallazgo descomunal: en la pirámide dieron con un mausoleo, y de la tumba principal sacaron al rey, que resultó ser una mujer. Una pequeña reina en un estado de conservación tan bueno que resulta inexplicable. Tenía unos 25 años y las manos y antebrazos tatuados con serpientes y arañas, caballitos de mar y estrellas. La enterraron con báculos, coronas y ofrendas, envuelta en un fardo de 120 kilos. Gobernó en el siglo III de nuestra era, bajo la ascendencia del dios único Ai Apaiec, hombre felino al que le ofrendaban la sangre de los prisioneros y las peregrinaciones sin fin hasta la pirámide que hoy visita la gente del siglo XXI.


Huaca de la Luna

El primer impulso será levantar la cámara de fotos para capturar la imagen, pero inmediatamente se la bajará para entregar sin intermediaciones el alma al fascinante espectáculo de la fachada de una pirámide multicolor de casi 30 metros de alto, poblada de decenas de seres de otro tiempo, tallados y pintados por gente de otro tiempo. Los guerreros marchan en el escalón de la base, oficiantes de una ceremonia desconocida danzan tomados de la mano en el segundo escalón, luego se alinean arañas con brazos humanos (de una cuelga una cabeza, otra sostiene un cuchillo sacrificial), pescadores, hombres felinos, una titánica serpiente que separa el mundo terreno del divino y arriba de todo el dios Ai Apaiec.

Alrededor se distinguirán las trazas de la ciudad mochica desde la cima de la pirámide: depósitos, tumbas, corredores, patios. Allí arriba se caminará por el recinto donde se ejecutaban los sacrificios que culminaban en la plaza frente a la fachada —detrás de esta fachada hay otras cinco; las pirámides se iban construyendo sobre anteriores, recubriéndolas y conservando la forma.


Chan Chan

La Huaca de la Luna está en las afueras de Trujillo, lo mismo que Chan Chan, el sitio de mayor tradición en el circuito, desde 1986 Patrimonio de la Humanidad. Chan Chan es una intrincada ciudad de barro construida por los chimú, descendientes de los mochica que fueron dispersados por los inca.

La ciudad albergó unas 100.000 personas entre los siglos XII y XV. Tiene nueve complejos construidos sucesivamente, cada uno de ellos amurallado. Hoy se visita uno de ellos. Las ruinas siempre estuvieron a la vista, pero sólo comenzaron a ser restauradas en 1964. Hoy se ha recuperado el 95% del complejo y es el atractivo arqueológico más preparado para el turismo en la costa norte.

Los muros forman un perímetro de un kilómetro y medio. En su interior hay plazas enormes, patios pequeños, pasillos como un laberinto y recintos, cámaras, depósitos. En el lugar no llueve; para abastecerse de agua los chimú hicieron 140 pozos.

Tras andar por un pasadizo enmarcado por paredes de más de dos metros de alto, el espacio se abre sobre una gigantesca piscina rectangular con prolijos brocales de piedra. Oasis irreal en medio de la aridez infame de Chan Chan, crecen en el agua eneas, totoras y juncos, y por los platos de los lirios acuáticos caminan pollas de agua, entre patos, flores frescas e insectos voladores.

Chan derivó de xllang, sol, que en el lugar manda cruelmente. Sol, desierto y mar. Chan Chan, capital de un solo reino, es la ciudad que construyeron unas personas apasionadas con el mar. Corren aún los peces por los muros, junto a disciplinados cormoranes. En todas partes están los rombos, como decoración o como estructura de paredes: son las redes de los pescadores. Los chimú dueños de los espíritus que hoy se esconden tras la resolana y se dejan bañar por la luz de la luna, iban felices por el mar con los caballitos de totora que aún usan sus nietos. Quién sabe hasta donde llegaron.

Sentadito en la orilla recalcitrante, observando atento el infinito horizonte de agua, esperaría a su dueño navegante el fiel perro tan pelado como un animal marino.


OLAS Y SABORES

A quince minutos de Trujillo está el balneario de Huanchaco, donde los pescadores siguen haciéndose a la mar en caballitos de totora, los surfers de todo el país aprovechan olas magníficas y la gente de paladar experto se lleva sabores que no hallará en otro lugar.

El mismo catador de exquisiteces encontrará ocasión de felicidad en Pimentel, balneario de Chiclayo. Probar una “orgía de mariscos” en la cebichería Los Percebes regalará un recuerdo fijo: pionono de papa con pulpa de cangrejo, langostinos en salsa golf, pulpo al olivo, conchas de abanico a la parmesana, conchas negras asadas con limón, choclo y especias locales, tortilla de raya. El ceviche de mero es único en el Perú, lo mismo que el filete de mero relleno de una pasta de mariscos con langostinos y rabas.


Suplemento Viajes y Turismo, Diario Clarín, 21 de enero de 2007

Turín, con ese altivo esplendor del Norte



La brillante bandera de Italia contrasta con los tonos sobrios de Turín, del negro perfecto al ámbar pálido que emite una tulipa de piedra medieval. Esta es la capital del Piamonte, entre Suiza, Francia y el Mar de Liguria. Al sur está Italia, claro, pero en lugar de volare ho ho!, cantare ho ho hoho! se oirá el susurro íntimo de Carla Bruni pronunciando et l'océan de l'oubli, a jamais, nous réunit.

Se descubrirá desde el tranvía, frente a la Piazza Castello, un café distinguido que al porteño le resultará familiar. Se baja, se caminan unos metros por el casco histórico, la Torino sabauda, y se instala uno dentro de una recova, en el Café Mulassano, centenario, de madera, bronce, cristal, luces y la voz de Carla Bruni, chica del lugar. A unos metros está la Galleria Subalpina, elegante como ninguna, habitada por un cine de lujo, librerías de lujo y bares de lujo, hasta salir a otra plaza, la Carlo Alberto.

Resultó que el Café Mulassano estaba muy cerca del hotel, de modo que uno se ha hecho habitué. Cada tarde, entre martinis y el aire de la primavera alpina, se ha contemplado el entorno monumental de la Piazza Castello.

Al fondo está el Palazzo Reale, como un muro de tiza, labrado exquisitamente para que el tiempo se detenga. Por doscientos años fue la casa de los Saboya, una de las dinastías emblemática de la nobleza europea. También alojó a los reyes de Cerdeña y al primer rey de Italia. Los artistas lo cincelaron barroco, rococó y neoclásico. Detrás se extienden melancólicos giardini reali y adelante una plazoleta está custodiada por Dióscuros también congelados en el tiempo.

Se ve la cúpula suculentísima de la Chiesa di San Lorenzo, cuyo interior es una obra maestra del barroco religioso en Europa, en la que sobreabundan las joyas de la inagotable riqueza católica de los Saboya. Una tras otra se suceden capillas, cada una de las cuales requiere varios días de contemplación.

Enfrente se continúa el Palazzo Reale en un edificio que replica paredes rojas y ventanas blancas, como en un sueño, hasta el infinito. Fueron las plazas y los edificios de Turín los que dictaron a Giorgio De Chirico la quietud metafísica y la melancolía impasible que capturó en sus pinturas.

En el centro de la Piazza Castello se yergue como un peñón arquitectónico el Palazzo Madama. Su fachada de pulimento austero oculta un cuerpo medieval, con torres cilíndricas de ladrillos de rojo maduro por las que trepan las enredaderas verdes.

En los pliegues de su interior de mármol habita la historia de Turín. Los siglos estáticos desde que la creara Augusto hace 2000 años hasta que los Saboya la convirtieron en el enclave de su dominio, tramándole un laberinto abigarrado de palacios, plazas, iglesias y castillos. Napoleón hizo demoler antiguas fortificaciones y los vientos de la expansión moderna cambiaron la faz de Turín: fue fundamento de la revolución industrial en Italia. Su dimensión la hizo capital de la nueva Italia Unificada en 1861 y las posguerras del siglo XX la impulsaron aún más como potencia de la industria.

Usted andará por camas de reyes, que en Turín son camas de piedra. La frialdad es de una belleza exquisita en esta ciudad, donde las luces preservan las oscuridades mejor de lo que iluminan y donde son hermosas las camas de piedra y los baños como mausoleos (para los pies descalzos, el mármol gélido).

Los turineses siempre fueron gente altiva, circunspecta y aplicada. Su laboriosidad fue motor de la industrialización de Italia, proceso que atrajo hacia Turín migrantes de todo el país. Aunque alberga una ensaladera de orígenes, sigue siendo distinguida y alejada del ardor sureño. La prosperidad avivó la tradición cultural e intelectual. Aquí escribieron Italo Calvino, Cesare Pavese y Umberto Eco. Donde Jean François Champollion desentrañaba jeroglíficos se construyó un museo, el segundo Museo Egipcio del mundo. Salimos del café, caminamos por la via Accademia delle Scienze y entramos a ese museo. La colección de piezas es inextinguible. Muchas provienen de las excavaciones que llevaron a cabo los investigadores de este museo entre 1900 y 1935. Hay cerca de 30.000 objetos. Recorriendo las salas se entiende una clave que escribió Champollion: “El camino a Memfis y Tebas pasa por Turín”.

La maciza severidad con que los turineses se opusieron al fascismo es la misma que había generado el imperio Fiat. La Fabbrica Italiana Automobili Torino fue fundada en 1899 por Giovanni Agnelli y otros inversores que impusieron sus vehículos rápidamente hasta concretar el proyecto de Lingotto, el mayor complejo automovilístico de su época en Europa. Está cerrado el Museo Nazionale dell’Automobile, pero puede visitarse la Fiat en el marco del “Made in Torino. Tour the Excellent”. El itinerario incluye empresas aeroespaciales (Alcatel Alenia Space, Alenia Aeronautica y Galileo Avionica), otras automotoras (Iveco y New Holland) y compañías de diseño (Pininfarina, Bertone y Gufram).

La noche más relajada está en el Murazzi del Po. Desde el río se nos verá junto a los distinguidos turineses, charlando en uno de los bares de la costa, contra las viejas arcadas. Sobre las arcadas corren los autos entre árboles tumultosos y allí arriba, iluminada bellamente, la enorme aguja de la Molle Antolleniana.

En una bella giornata estival daremos un paseo en bicicleta acompañando el Po. Saldemos de un parque junto al Borgo Medioevale, pasaremos por debajo del Ponte Isabella y bordearemos el río, que ha lamido castillos desde siempre y sintió pasar el poder de los soldados de Roma durante siglos y hoy sigue agitándose vivo bajo el sol. Pasaremos la zona de los hospitales, el Museo del Automóvil, el palacio Vela y el palacio del Trabajo. Cruzaremos el Sangone para meternos en el parque nacional de las Vallere. Iremos por la carretera del Castillo de Mirafiori y llegaremos al bosque de Nichelino. En dos horas sobrecargadas de aire, río y Medioevo, habremos llegado al palacete de Caza de Stupinigi.

En una cena en un restaurante pequeño y de gusto irreprochable, en tonos pastel y dorado, con manteles y servilletas de hilo, grandes jarras de cristal con agua y bienestar en el ambiente, probaremos la comida de Turín. Picaremos pistachos y panes, algunos rellenos de frutos secos, y luego nos traerán una insalata de gamberetti y rucola, un ragout de ternera con salsa de zanahorias, un carpaccio de buey con parmeggiano, agnolotti rellenos de carne, nuez moscada y laminitas de la famosísima trufa blanca del Piamonte y rissotto negro con tinta de sepia. El dolce es mousse de chocolate con nata y frutos secos.

Los gustos de Turín no son tiernos ni dulces. Turín no atrae por empalagosa, sino por su estilo definido hasta lo incorregible. El visitante se lleva la impresión de una ciudad que pasó del rigor soberbio del imperio a la precisión severa de un industrialismo que también se hizo imperial; un sentimiento de realeza que ha respirado en cada turinés, como si todos descendieran directamente de Vitorio Emanuel I, rey de Savoia.



UNA VISITA AL SÉPTIMO ARTE

La pujanza industrial de Turín se concretó tanto en las automotoras como en el cine. La vocación por la cultura de Turín absorbió de su vecina Lyon las máquinas de los hermanos Lumière. Aquí nació Cabiria, la primera superproducción de la historia del cine, rodada en 1913 con tropas de elefantes en los Alpes y escenas de batallas con 20.000 extras. La industria cinematográfica fue intensa, fundamentó la RAI y tiene su exhaustivo Museo Nazionale del Cinema alojado desde el 2000 en cinco pisos dentro de la Mole Antonelliana. La planta baja está ocupada por salas de proyección; en el primer piso se despliega la Arqueología del Cine, en el segundo está el Salón Templo del Cine, con diez capillas dedicadas al culto del séptimo arte; el tercer piso muestra las diferentes etapas de la producción cinematográfica y el último nivel contiene la más completa colección de afiches de películas del mundo.
La Mole Antonelliana es emblema de Turín. Fue iniciada en 1863 como sinagoga; se eleva impecable, nutrida de la soberbia de la Europa blanca, en 168 metros de elegancia, severidad, nobleza e intransigencia.
Es consenso entre los turistas que el Museo del Cine y la Sábana Santa son las visitas más fascinantes que pueden hacerse en Turín.



Suplemento Viajes y Turismo, Diario Clarín, 4 de noviembre de 2007