lunes, 4 de diciembre de 2006

CARHUÉ



Aguas termales en plena pampa



Por Gustavo Ng


Fue un cataclismo, pero las aguas conservaban cada una de sus insólitas propiedades. Tarde o temprano renacería el hospedaje al que concurrirían los turistas que quedaron huérfanos, y es lo que está sucediendo en este momento, mientras una retracción de las aguas comienza a dejar a la vista los árboles, las casas, los patios, los comercios, las veredas y las terrazas antediluvianos.


Es el cuerpo quien tiene autoridad para explicar cómo son las aguas de las 17.000 hectáreas del lago Epecuén. El cuerpo dirá que es agua convertida, por algún encantamiento, en otra cosa. Algo que borra los dolores de las manos, la espalda, las piernas; que deja la piel tan tierna como la de un bebé; que relaja cada fibra de cada músculo del cuerpo y concede al ánimo el estado de gracia. Y algo en lo que se flota. Realmente, asombrosamente, se flota. Puede uno quedarse dormido en completo relax en ese fluido que es un colchón líquido. Explican quienes reciben a los turistas que el cuerpo flota porque las aguas tienen una de las mayores concentraciones de sal de todo el planeta (sólo es más salino el Mar Muerto). La cuenca del lago es una salina.


Los visitantes del lago Epecuén se hospedan en alguno de los hoteles, residenciales y departamentos (suman unas 700 plazas) o en los cámpings. Los cámpings vienen recibiendo los últimos veranos miles de jóvenes atraídos como mariposas por la luz de los recitales gratuitos, en los que participan desde La Mosca a Pimpinela y desde Ataque 77 a Cacho Castaña.


Los recitales se hacen en La Isla, uno de los dos balnearios de la nueva era (ambos son de acceso libre). Primero el turismo termal se asentó en Carhué, luego en la villa de Epecuén y ahora vuelve a Carhué. Los balnearios cuentan con playas que se alargan tranquilamente dentro del lago, con lo que se forman extensas piletas donde los chicos se bañan horas y horas hasta que les crecen branquias, en un agua que alcanza los 30-35ºC.


Fuera de los días de recitales, todo el pueblo de Carhué ofrece una tranquilidad de ensueño, de yoga o abandono zen. Carhué es un fuerte punto slow dentro del slow de las pampas. Pareciera que los autos apenas se mueven y pareciera que un viento sólido menea lentamente los eucaliptos centenarios de la plaza principal, junto a la iglesia angulosa y junto al monumental edificio municipal, una blanca escultura gigante y misteriosa del arquitecto siciliano Francesco Salamone (uno de los 70 edificios magistrales que aquel siciliano diseñó en 30 pueblos de la provincia de Buenos Aires).


El lago se disfruta en verano, pero la mayoría de los turistas que llegan a Carhué acuden el resto del año, lo que se explica porque casi todos los hoteles ofrecen servicio de spa.


En el Hotel Carhué un grupo de profesionales aborda a cada visitante con un programa personalizado de todo tipo de masajes y fangoterapias, baños termales, yacuzzis, duchas escocesas y saunas. El punto más alto de la propuesta es la piscina con hidromasajes, que contiene la asombrosa agua del lago termalizada a la temperatura del cuerpo.


Desde Carhué se hacen salidas de pesca, city tour y excursiones a la Colonia Israelita de Rivera, las Sierras de la Ventana, estancias en las Sierras de Pigüé, al Monasterio de las Hermanas Clarisas en Puán y a la Villa Turística Sumergida.


Excursión a la Villa Turística Sumergida



Las gallaretas, cisnes y patos nadan y los flamencos cucharean las artemias salinas (camarones minúsculos, únicos animales que viven bajo aquellas aguas) entre los árboles que asoman como fantasmas. Blancos son los árboles muertos, sobre los que se posan garzas blancas. Continúan dentro del lago las líneas de eucaliptos que enmarcan la avenida Colón. Las nubes corren, blancas y gigantes, sobre el lago oscuro. Allá a lo lejos se ve el imperial edificio del matadero (otra obra del arquitecto Salamone), y aquí asoman los restos de las casas de lo que fue la Villa Turística Epecuén. Una visita a estas ruinas perentorias es un paseo por el interior de una máquina del tiempo. La sensación de pasado es muy patente porque no se asiste a una época perdida sino a un mundo que está muy fresco en la memoria. En Carhué se exhiben las fotos de los últimos días, fotos como las que cualquiera tiene en sus álbumes. Ese mundo fue sepultado por el agua, y ahora rebrota, pero listo para desaparecer para siempre (las paredes se caen con un empujón leve, los ladrillos se deshacen en las manos). Esta es una expedición a unas ruinas que se desintegran a la vista. Se fotografía algo que nunca más podrá verse en esta realidad. Las fotos de este año no se podrán volver a sacar.


Si las ruinas de la Villa Epecuén estuvieran en el Primer Mundo, habría un enjambre de científicos, arqueólogos, documentalistas trabajando en cada centímetro cuadrado, insuflando una aventura que veríamos por Nacional Geographic; aquí se puede saltar por los escombros.




Clarín - Suplemento Viajes - 24 de septiembre de 2006



http://www.clarin.com/suplementos/viajes/2006/09/24/v-02201.htm



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