lunes, 30 de mayo de 2011

Puerto Deseado, alma marinera



El chico sabía que lo iban a retar, pero no podía dejar de hacerlo. Acostado boca abajo sobre la lancha, se estiró en la proa hasta asomar la cabeza para tener bajo sus ojos el agua transparente, y unos centímetros bajo el agua, el delfín que había visto. Y entonces sucedió algo que jamás podrá olvidar en su  vida: también el delfín estaba mirándolo. La lancha iba muy rápido, el delfín se movía dentro del agua helada a la misma velocidad, y aún así el chico y el delfín se miraron a los ojos, curiosos, inteligentes. Hicieron contacto.

Navegaban por el estuario de la ría Deseado, donde el mar se mete por una hendidura de la reseca intimidad de la Patagonia. La superficie del mar era de un azul tan denso como el del cielo de la noche y a lo lejos se veían esos acantilados que desde un barco son la imagen de la desolación incurable, castigados por el viento desde el principio de los tiempos. Y sin embargo, esa sordidez de geología estéril escondía el bullicio de la vida, invisible para los apurados que miran sin ver. No sólo iba el delfín siguiendo a la lancha, un pequeño delfín negro y blanco, con el diseño de una orca, sino que todo el estuario estaba lleno de ellos. La gente del lugar sabe que son una familia e identifica a las matriarcas, las nuevas crías, los machos más osados. Los acantilados rectos como muros son la casa de miles de cormoranes. Una isla que parece tan pelada como un antiguo hueso, alberga decenas de miles pingüinos anidando, sobre otra se asientan una muchedumbre de lobos marinos. En una laguna sin gracia se refleja la inquieta masa rosa encendida de los flamencos. Por la estepa, entre los pastizales tiesos, disparan los guanacos, trotan los zorros, huyen las maras. Cabalgan los vientos palomas antárticas, garzas brujas, ostreros, patos crestones, gaviotas, petreles.  La zona de Puerto Deseado es un parque donde se concentra festivamente la vida austral. Para recorrerlo se navega por la ría, entre islas y canales.


En una expedición los guías explican con satisfacción de aventureros que recorrido por la ría es el que hizo en 1883 Charles Darwin. El viaje incluye una caminata por la Isla de los Pájaros, donde se camina entre los pingüinos que empollan acostados sus huevos. El área ha sido instituida como Reserva Natural Ría Deseado, lo que obliga a un respeto extremo del medioambiente. Producto de esa extrema prudencia ecológica es la posibilidad de mantener un vínculo tan estrecho con los animales del entorno. El viaje termina en el final de la ría (unos 40 kilómetros tierra adentro), donde se halla el Cañón del Río Deseado. Allí termina el mar. La tierra comienza a ser habitada por guanacos, caranchos, maras, águilas moras y ñandúes. Se hace un alto en el camino para descubrir, trekking mediante, las pinturas rupestres guardadas en las paredes de una pequeña cueva.
En otra excursión se navega hasta la Isla del Rey, zona donde la corbeta holandesa Hoorn se hundió en 1616. Tras el desembarco al pie del cerro Van Noort, se trepa hasta la cima para alcanzar una formidable vista panorámica de la reserva.
Quienes se animen a entrar en las grandes aguas del Atlántico Sur podrán hacer una travesía oceánica de unos 25 kilómetros entre olas y escarceos, hasta la Isla Pingüino. Allí se visitan las instalaciones abandonadas de una factoría lobera y el faro, y también se tiene un encuentro increíblemente íntimo, como un sueño real, con lobos y elefantes marinos, skuas de la costa y los pingüinos que, además de frac, llevan un distinguido penacho amarillo.
La ciudad y sus alrededores ofrecen cuevas, cañadones, extrañas formaciones rocosas, yacimientos de fósiles, loberías y bosques petrificados.

En los mundos remotos la realidad y la fantasía se funden. Aquí había gigantes, monstruos con cabeza de ternero, orejas pequeñas y dientes enormes (lobos marinos), extraños gansos negros (pingüinos) e insólitas mulas con cuerpo de camello y patas de ciervo, que relinchaban como caballos (guanacos). Darwin describió en su cuaderno un lugar próximo a Puerto Deseado: “No creo haber visto jamás otro lugar que pareciera más aislado del resto del mundo que esta grieta entre las rocas en medio de aquella inmensa llanura”. Aún hoy la Patagonia es un mundo remoto. Una duermevela se posa sobre la realidad. Las fantasías más absurdas nos juegan el truco de ser reales y entonces dudamos de todo. Hace unas décadas nos hubiéramos reído del insensato que jurara que toda la Patagonia fue una selva tropical habitada por dinosaurios grandes como edificios, pero luego los científicos lo comprobaron.
La soledad absoluta del territorio y la tranquilidad de sus aguas convirtieron por siglos a la ría en un refugio para los barcos castigados por las inclemencias del océano. Flotan las certezas de que hace 200 años fueron rescatados marineros ingleses y portugueses que habían sido abandonados, que el oro que cargaba otra nave fue enterrado en algún rincón de la ría, o que en un sitio marcado están los restos de un galeón atiborrado de tesoros orientales y cuya tripulación entera murió, víctima del escorbuto. Una leyenda de esta colección se refería a cierta corbeta que doscientos años atrás se hundió en la ría. Para el hombre sensato aquello no era más que otro cuento, pero en 1977 apareció en Puerto Deseado un marino australiano, reivindicándose tataranieto del capitán de aquella corbeta Swift. El extranjero desplegó un mapa y aún así no le dieron crédito, hasta que unos adolescentes usaron el mapa y encontraron los vestigios. Hoy las reliquias de la Swift son exhibidas en el museo Brozoski.
Otro mito habla de los presos yugoslavos que construyeron con piedra, y siglos de sabiduría, un formidable edificio, que fue estación de tren. Otro museo funciona allí, sostenido por los ferroviarios de la época en que el tren corría hasta Colonia Las Heras.  En las silenciosas salas de la estación puede presentirse el fantasma de los temblores del piso cuando llegaban las locomotoras cargadas de desierto. La dictadura del 76 cerró el ramal y sólo se logró rescatar un vagón, el Reservado 502, que rodaba en los días de la Patagonia Rebelde y hoy está emplazado en la plaza céntrica de la ciudad.
Viajar al remoto Puerto Deseado es ir al encuentro de un lugar del mundo donde los hechos históricos se volvieron leyendas, y donde lo que parecía no ser más que el divague de la fantasía, resultó ser realidad.

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