sábado, 25 de noviembre de 2006


POSTALES: CHILE
Valparaíso, una ciudad entre el cielo y el mar

Por Gustavo Ng

Desde el mirador de la Plaza 21 de Mayo, Valparaíso es una prodigiosa maqueta. Al alcance de la vista está el mar encerrado dentro de una herradura de cerros, los cerros cubiertos de casitas multicolores, los barcos deslizándose en la bahía con prudencia de ballenas apacibles, las nubes flotando y el sol alegrando el mundo. Todo está contenido en una gigantesca maqueta mágica; observándola, el hombre puede jugar a ser Dios.

El paisaje de Valparaíso puede verse entero desde cualquier punto de los 44 cerros sobre los que yace la ciudad. Cada esquina, cada ventana que da a la bahía, cada plaza, es un mirador.

En la altura de la Plaza 21 de Mayo puede seguirse la actividad del puerto. Valparaíso, ubicada a 115 kilómetros de Santiago de Chile, es una ciudad que creció rodeando un puerto fundado en 1536. Tres siglos después el puerto era el Emporio Comercial del Pacífico. Antes de que el Canal de Panamá devolviera las costas del sur a su frío ensueño, los ingleses llegaron para dedicarse a las exportaciones e importaciones y desde Valparaíso se abastecía Perú, Bolivia y el noreste argentino, California y Australia. La huella de los ingleses le dejó a Valparaíso su fuerte personalidad arquitectónica.

Este mirador termina en un bar con una terraza que los porteños, como se conoce a los nativos de Valparaíso, hacen rebalsar cada fin de año, cuando a medianoche los fuegos artificiales convierten el cielo de la bahía en un enjambre de estrellas vivas.

La mejor forma de llegar al mirador de la Plaza 21 de Mayo es subiendo en el funicular. En Valparaíso les llaman ascensores; son 15, celebrados con el rótulo de monumentos nacionales. Fueron llevados hace un siglo desde Alemania e Inglaterra para transitar una ciudad en declive. En tiempos históricos se subía a lomo de burro, por escaleras y callejas o en funicular. Los funiculares son parte de la esencia de Valparaíso. La mejor recomendación turística para conocer esta ciudad podría ser: vaya y suba y baje por cada uno de esos funiculares, que como los trenes, son entrañables juguetes de un Dios niño. Le costará en total la mitad de un día de hospedaje y habrá conocido la Valparaíso más encantadora. Los funiculares son cabinas como vagones pequeños que ascienden por laderas más o menos empinadas, de 30° a 70°, y son de a dos: una cabina sube mientras la otra baja.

Si cuando se baja del mirador se tiene la ocurrencia de comer mariscos, allí cerca está el viejo Mercado Puerto, con modestos e impecables restaurantes que son los primeros en recibir langostinos, choros, ostras, locos, picorocos, erizos, centollas, camarones y pulpos que están entre los de mejor fama en el mundo. También se sirven soberbios mariscos en la Caleta el Membrillo, donde se puede seguir el movimiento de las barcas de los pescadores, sus faenas y las aves marinas, y en la Caleta Portales.

Cerca del Mercado Puerto comienza el centro financiero de la ciudad, en el que se conservan edificios imperiales como el del Banco de Londres, monumentos del esplendor macizo de aquella Valparaíso que era reina del Pacífico. Esos colosos históricos dan a la calle Esmeralda, por la que andan los trolleys con sus antenas. Un paseo en trolley es un viaje que deja poco de la historia de la ciudad afuera.

En el Muelle Arturo Pratt se podrá tomar una lancha y meterse en el mar de la maqueta que se veía desde el mirador, navegando por la bahía de Valparaíso entre los barcos y viendo la ciudad huir hacia el cielo, ladera arriba por los cerros. En la franja costera de la ciudad, zona plana ganada al mar, aparecerá el moderno e imponente edificio del Senado Nacional (está aquí, no en Santiago). Hay instalada en el Muelle Pratt una feria de pequeños puestos que guardan todos los caracoles que atesoran los sonidos íntimos del Pacífico.

De nuevo en tierra firme es hora de visitar los cerros. Un funicular nos subirá un tramo; luego, el mejor paseo requerirá andar por un laberinto de calles que suben, calles de adoquines, y escaleras por todas partes. “Escaleras babélicas”, las llamó el escritor Rolando Gabrielli, quien recuerda una definición de Pablo Neruda sobre el Valparaíso de los cerros, “este gran recodo del mundo, con sus oscuras callejuelas, con sus cerros extraordinarios en que se mezclan la miseria, la alegría y el trabajo como conjunciones conmovedoras”.

Uno de los barrios más primorosos de Valparaíso es el Cerro Alegre, habitado por unas ansias de agregarle arte al Valparaíso Patrimonio Cultural —tal como ha declarado la UNESCO a la zona que incluye este cerro. Hace 20 años era un barrio popular, pero lo ha ido transformando la proverbial laboriosidad de los chilenos que todo lo hace precioso, y en este momento está eclosionando como una zona chic construida con un fuerte estilo arquitectónico inglés de principio de siglo XX, colorido portuario, sofisticación en los gustos, bohemia, cultura y cosmopolitismo. Hay una ansiedad artística que hace aparecer pinturas en cada rincón, en frentes de casas, grandes muros, paredes escondidas en angostos pasillos, puertas, el cordón de la vereda.

En la parte alta del Cerro Alegre comienza la avenida Alemania, que corre bajo el cielo, dominando la ciudad a sus pies y más allá la Bahía de Valparaíso, azul gris que se transforma en un espejo plateado e irreal hacia el horizonte.

Para el habitante de la pampa la sucesión de horizontes es interminable como la eternidad, y no concibe la idea de dominar un territorio. Es recorriendo la avenida Alemania que el pampeano quedará cautivado ante la maqueta de un mundo extraordinario.

Por la avenida Alemania se llega a La Sebastiana, la casa de Neruda en Valparaíso (nota sobre La Sebastiana en Viajes, 11 de septiembre de 2005). Es un emblema de la ciudad, lo que Valparaíso gusta de ser: una casa hecha por su habitante como se hace una poesía, desde el mar hasta unos ventanales en lo alto de un cerro, unos ventanales generosísimos por los que entra toda la luz del mundo.


Imperdible / A caballo por las dunas

Entre las ofertas de turismo aventura es particularmente encantadora la cabalgata por las dunas de Ritoque, 30 kilómetros al norte de Valparaíso. Dejando atrás la civilización al trote sobre caballos bien preparados, se bordea y luego cruza el estero de Mantagua para entrar de lleno en las dunas. Sentirá el jinete la fuerza del animal cuando arranca por la ladera dorada hacia la cresta de la duna. Así se anda, a lomo de un caballo noble sobre el ardiente mar inmóvil de arena brillante, bajo el cielo en que corren las nubes y oliendo el sabor del mar, hasta que se llega a la cima de la duna más alta y entonces se abre una revelación, como un regalo del Planeta Madre, la playa interminable y el océano. En un momento de la cabalgata de 6 horas se ha hecho un descanso en un bosque de pinos, y luego de ver el mar habrá un asado a la sombra de otro pinar. La vuelta es por la playa. Quien se anime, volará sobre el espejo oscuro que dejan las olas al retirarse, sintiendo en su cuerpo las patas del caballo golpeando la arena en un galope milenario.
Se ofrecen cabalgatas más cortas, bajo la luna llena, de dos días por el Parque Nacional La Campana o de cuatro días por la Cordillera de los Andes.

Clarín - Suplemento Viajes - 19 de febrero de 2006


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